Compañera Olga Castro de Durán ¡Los seguimos buscando!

CORREPI
01.Ago.16    Novedades

Hace tres años, se nos fue la mamá de Sergio Durán. La homenajeamos buscando a los asesinos prófugos de su hijo.

Reproducimos la nota que publicamos hace exactamente tres años, cuando despedimos a la compañera Olga Castro, mamá de Sergio “Gondi” Durán, y redoblamos el compromiso: los vamos a seguir buscando, Olga.

Olga Castro de Durán: ¡Presente, compañera!

El 6 de agosto de 1992 era la víspera del Día del Niño. Sergio Gustavo Durán, con sus 17 años y unos pesos que juntó trabajando en la verdulería de su mamá, se tomó un colectivo en Rafael Castillo para ir a Morón. Quería comprar un regalo para su bebé, que no había cumplido dos años. Porque Sergio, diría después su mamá Olga, “vivió apurado”, como si hubiera sabido que iba a morir sin cumplir los 18.

En la barrera de Belgrano y Sarmiento, la brigada de la comisaría 1ª de Morón estaba de cacería. Levantaron a Sergio, al que el barrio conocía como “Gondi” y lo llevaron a la dependencia, en Mitre al 900. Una vecina lo vio y le avisó a Olga, que corrió en chancletas a la comisaría. De poco sirvió que le mostrara al oficial de servicio, Jorge Ramón Fernández, la partida de nacimiento que probaba que su hijo no había cumplido los 18. Le pidieron plata para soltarlo. Olga trató de ubicar a la jueza de menores de turno, pero no pudo pasar de la garita policial en la puerta de tribunales. Mientras tanto, en la comisaría, que lindaba a los lados con dos juzgados, y al fondo con el obispado de Morón, el pibe fue torturado por 8 horas, hasta que se agotaron sus mecanismos de defensa frente al dolor, y murió.

Al mediodía, cuando volvió con lo poco que pudo rejuntar, después de una larga espera le dijeron “su hijo se descompensó, lo llevamos al hospital pero falleció”. Conocimos a Olga apenas dos días después, cuando acercó a CORREPI las escalofriantes fotos que un vecino aceptó sacar del cuerpo adolescente torturado. Desde ese momento, hasta el miércoles 24 de julio, cuando apretó por última vez la mano de su hija Marcela, la “Toti”, Olga no olvidó, no perdonó, y luchó con todas sus fuerzas contra la represión estatal.

Olga, de la mano de Marcela, entonces apenas adolescente, integró, con Estela Rivero, la mamá del “Peca”; Mary Armas, la abuelita de Walter Bulacio y Delia Garcilazo, la mamá de “Fito” Ríos, el grupo de familiares de víctimas de la represión que, en los albores de los ‘90, dio forma y le puso el corazón a lo que hoy es CORREPI.

Olga protagonizó, con CORREPI, una de las peleas más largas y a fondo de nuestra historia militante. Las condenas a prisión perpetua por tortura seguida de muerte del oficial Jorge Ramón Fernández y los cabos Ramón Nicolosi y Raúl Gastelú en 1995, 2003 y 2005, probaron, para los que sólo les creen a los jueces, que la picana se usa a diario en las comisarías y que la tortura no se fue nunca. La libertad anticipada, al cumplir 10 años de prisión, otorgada a los tres condenados con el argumento que la Corte provincial no tuvo todavía tiempo de confirmar las sentencias, demostró que aun condenados, los policías no son como cualquier preso. Las reiteradas profugaciones, por turno, de cuatro de los cinco torturadores, acreditaron que si no los encontramos nosotros, como hicimos una y otra vez, un policía prófugo puede vivir tranquilo en su casa, con visitas frecuentes de oficiales de jerarquía, y hasta puede trabajar para un municipio.

Dos veces encontramos al cabo Gastelú, doblemente prófugo, hoy excarcelado; una vez al cabo Nicolosi, también excarcelado. Al oficial Fernández, ya libre, lo encontramos trabajando en una agencia de seguridad privada a 100 metros de la comisaría de Morón y 200 de los tribunales, donde cuando fuimos a denunciarlo nos contestaron: “Mejor que esté trabajando, y no robando”. Encontramos también al subcomisario Miguel Ángel Rojido y al oficial subinspector Luis Alberto Farese, pero a los dos los dejaron escapar de nuevo.

Si los ve, no avise a la policía. Avísenos a nosotros. Le prometimos a Olga que los vamos a seguir buscando.