Nota Editorial

Correpi
06.Ene.04    ANTIRR - 2003 Ago

“…RUIDO METALICO DE PAZ…”

“No se hasta donde irán los pacificadores con su

ruido metálico de paz
pero hay ciertos corredores de seguros que ya
colocan pólizas contra la pacificación
y hay quienes reclaman la pena del garrote para los
que no quieren ser pacificados”
(Mario Benedetti, “Oda a la pacificación”)

LA GUERRA
Con insistencia hemos empleado estas páginas para reiterar la denuncia: la campaña contra la “inseguridad” es, esencialmente, un recurso de las clases dominantes para apuntalar la deteriorada gobernabilidad.

Es que a los poderosos de la economía, la política y la TV no les ha resultado sencillo -al menos durante los últimos años- modelar una Argentina a la medida del FMI, Bush y compañía. Tampoco han tenido éxitos fáciles ni contundentes en su intento de paralizar o desnaturalizar el proceso de construcción y fortalecimiento de las revitalizadas organizaciones del pueblo, en particular las que hicieron propias los desocupados y las que se extienden por los barrios.

Casi sin fuerzas la mentira de que “los mercados” nos llevaban al paraíso, odiados como nunca los políticos a dieta (y cometa) de oligarcas y banqueros, sin aval interno ni internacional para imaginar un nuevo genocidio, los grupos económicos que tienen la manija en el país fueron convirtiendo a la “inseguridad” y al “combate contra la delincuencia” en destacadas banderas de contención política y ordenamiento social.

De Ruckauf y el “meta bala” para acá el discurso de ley y orden -miedo, delincuencia, más miedo, policía, leyes penales, más policía- ha sido uno de los principales recursos políticos enarbolados por los defensores de la desigualdad y el saqueo para intentar que nada (en lo esencial) se modifique.

Entre 1997/1998 y el momento en que escribimos estas líneas vimos a los políticos del régimen abrazar la causa de la “tolerancia cero” al influjo de medios que se “hadadizaban”. Cabalgando sobre la violencia social que ellos mismos construyeron -robos, secuestros, uso y abuso de armas y drogas-, los que no se quieren ir pese al clamor popular obtuvieron no pocos triunfos sobre la mal llamada “mano blanda”.

Así, desde la CORREPI fuimos testigos privilegiados de un ascenso alarmante en los números de víctimas -casi siempre jóvenes y humildes- del gatillo fácil. El próximo 29 de noviembre cuando reiteremos por séptima vez la presentación del archivo de casos, el número de muertes arbitrarias a manos de policías y fuerzas de seguridad superará los 1.300 desde 1983…

Pero la “mano dura” no sólo se refleja en los muertos. Las proclamas “aniquiladoras” de la supuesta delincuencia redundaron en multiplicación de malos tratos y amenazas, submarinos secos, picanas y golpizas en las comisarías de todo el país. Para muestra de la gravedad basta un botón: durante el año 2001 la Corte Suprema de Justicia bonaerense se vio en la obligación de crear un registro de casos de denuncia de torturas a menores de edad detenidos. Ello grafica la magnitud del flagelo y el crecimiento de las denuncias.

El ensanchamiento del aparato represivo transitó por caminos de ilegalidad (fusilamientos, torturas) pero también legales o pretendidamente legales. Desde la derogación del “dos por uno” hasta la implementación de la figura del arrepentido, pasando por la creación de nuevos delitos y por el aumento de penas en otros ya existentes, presenciamos un inocultable endurecimiento de la legislación penal (con la única y conocida excepción del indulto que los legisladores confirieron a los banqueros al modificar la ley de subversión económica).

Menem, Cavallo, Mathov, Gastaldi y Alderete recuperaron su libertad; De la Rúa y Mestre nunca fueron detenidos pese a la masacre del 20-12; Nazareno y la siniestra banda de la Corte están prontos a ser indultados… Pero a no confundirse: el “manodurismo” se expresó también en las leyes de procedimientos penales, lo que se reflejó en un escandaloso crecimiento de la población carcelaria. Solamente “salieron por la otra puerta” los peligrosos delincuentes que mencionamos más arriba, pero la suerte de los presos “comunes” fue bien distinta. Entre 1997 y el 2002 la población carcelaria total del país ascendió de 30 mil a cerca de 55 mil y sólo en la provincia de Bs. As. en los últimos 4 años pasó de 16 a 25 mil la cantidad de personas que se hacinan en penales y comisarías.

Hay síntomas, sin embargo, de que progresivamente algunos velos van cayendo. Propugnaban más penas, más presos, más cárceles, más dureza policial. Pocos lo decían en voz alta pero se les notaba en las miradas: había que “aniquilar” a los chorros, “hacer cantar” a los sospechosos. No fue poco lo que consiguieron: el sistema penal y la acción estatal violenta -legal e ilegal- se han ensanchado y endurecido, la represión ha ganado en extensión e intensidad.

Pero no son pocos los que comienzan a preguntarse: ¿y la “mano dura” no iba a traer seguridad?; ¿no era que el “combate a la delincuencia” desembocaba en la tranquilidad?.

ALGUNOS TIROS POR LA CULATA
De la Rúa, Mestre, Santos y el resto de la banda pensaron que con gases arreglaban “el asunto” el jueves 19 de diciembre por la noche, cuando la Plaza se llenaba de repudio al estado de sitio, al hambre y al corralito. Gasearon mientras lanzaban una furibunda campaña macartista con la idea de replegar a la gente y aislar a los mas combativos. Lograron mandar a su casa a algunos asustados dirigentes seudoprogresistas (que atribuian la pueblada a una “manipulación” de derecha), pero la respuesta popular fue la movilización y el enfrentamiento a la policía en las calles. Lo que quedaba del gobierno aliancista -ya en franco plan criminal- imaginó zafar infundiendo terror en el mediodía y la tarde del 20. Así asesinaron a “Petete” Almirón y a 5 compañeros más en el centro de Buenos Aires, y a más de 30 en todo el país, pero el plan también falló y al anochecer dejaban la Rosada por los techos. El repiqueteo de años de la campaña de “ley y orden” y el macartismo de esos días no dio a la derecha los resultados esperados: en la memoria popular el gobierno y la policía son los responsables de la masacre y los caídos parte del pueblo luchando por sus derechos…

El 26 de junio de 2002 al que le salió el tiro por la culata fue a Duhalde. En nombre del orden, de la seguridad, de los “derechos de todos” montó una maniobra para aislar y amedrentar a lo más consecuente y combativo del movimiento piquetero. Durante los días previos vimos al presidente, a Alvarez (”Juanjo”, para los amigos), a Atanasof, preparar el terreno con mentiras, falsas acusaciones a los luchadores y calculadas dosis de terrorismo ideológico para la teleaudiencia. El comisario Fanchiotti -junto a otros bonaerenses, la prefectura, la gendarmería y la federal- fueron los ejecutores de la parte mas oscura, los verdugos -literalmente- de Maxi y a Darío. Cuando la sangre de los compañeros aún estaba caliente los multimedios -con el Grupo Clarín y Crónica a la cabeza- ya difundían una distorsionada versión de los hechos que, obviamente, demonizaba a los piqueteros y justificaba la represión desatada. El 27 se jugó una pulseada brava: las fuerzas combativas ganaron la calle poniendo el pecho al macartismo (al que otra vez hicieron el juego ciertos seudoizquierdistas que llamaban a “desensillar…”) y forzaron la verdad, hasta allí oculta, mediante las fotos que revelaban los asesinatos.
PARRAFO TANO
El discurso de la “mano dura” no logró impedir que millones vieran la realidad. Una vez más los asesinos fueron asesinos y los caídos, el pueblo…

Cuando el asesinato policial se descarga relacionado con el “combate al delito” las cosas suelen aparecen muy confusas en la percepción generalizada, pero el temor y la bronca por robos, secuestros o violencias varias no ha impedido a los sectores populares rebelarse activamente -como en El Jagüel cuando lo de Diego Peralta- o tomar partido con claridad -como frente al cobarde homicidio de Ezequiel Demonty por la brigada de la comisaría 34ª PFA- contra el gatillo fácil, la tortura y la corrupción policial.

Pese a la tremenda angustia que se vive en millones de hogares por la desocupación y la pobreza, pese al miedo que se ha ido extendiendo en los barrios, pese a la tremenda campaña por más represión y “mano dura” que padecemos desde hace años, en las mayorías populares siguen deslegitimadas las fuerzas represivas estatales, llegando en muchos casos a niveles inéditos en nuestra historia. A ello debe sumarse, en el momento del análisis, que comienza a advertirse -si no masivamente, al menos en sectores más críticos e informados- que el discurso del endurecimiento penal, el “combate contra la delincuencia” y la “tolerancia cero” no ha redundado en ningún tipo de resultados si lo que se espera es tranquilidad, o, como gusta a nuestros dirigentes, “seguridad”…

TIEMPOS DE PAZ…
Alguna vez sostuvimos que la campaña de más-y-más-sistema-penal no había irrumpido en 1997/1998 porque sí. Mencionamos entonces algunos factores que habían determinado a las clases dominantes a privilegiar este curso de acción: a) comenzaba a estancarse la economía e ingresábamos en la fase recesiva aún vigente; b) irrumpían las puebladas y los cortes de ruta de los movimientos de desocupados; c) tanto las fuerzas policiales (crisis de la bonaerense, caso Cabezas) como las demás fuerzas de seguridad (gendarmería reprimiendo en el interior del país) se encontraban seriamente deslegitimadas; e) los 20 años del golpe habían dejado en evidencia que “no había olvido ni perdón” para los militares.

Desde hace no pocos días y (para sorpresa de algún desprevenido) desde muchas de las mismas voces que ayer pedían leña y leña, hemos comenzado a escuchar llamados por la “paz”. Buena parte de lo más reaccionario de la Iglesia, alguna dirigencia de la DAIA que coqueteó con Menem, las corporaciones oligopólicas de la información en pleno, empresarios como Cornide (hasta ayer nomás socio de Massera) y hasta las jefaturas policiales y de prefectura se han unido para llevar adelante una serie de actividades planteadas públicamente como “jornadas por la paz”.

¿Es que acaso los que hasta ayer promovían la guerra ahora se arrepintieron y, volviendo sobre sus pasos, se tornaron democráticos, tolerantes e igualitarios?¿O estamos frente a una maniobra gatopardista para que, en definitiva, siga su curso la violencia represiva estatal?

¿O sucede que el discurso de la “mano dura” encuentra límites para sumar adeptos y en la polarización que provoca aparece más pueblo con los cartoneros que junto a Macri, más apoyo del lado de los piqueteros que del del gobierno, más repudio que aval para la policía…?.

El momento histórico y político en que irrumpen las convocatorias “por la paz” y buena parte de sus principales impulsores obligan, por sí solos, a desconfiar de sus propósitos. Si además se trata de una “paz” asociada a la “seguridad” o a la “ley y el orden”, amiga de policías y prefectos y no una paz planteada -como debe ser- resultado de la justicia social, entrelazada con las necesidades y reclamos de los más marginados y olvidados, tenemos derecho a decir que esa “paz” no es más que la misma guerra pero con otro envoltorio.

Como dijimos en nuestro pronunciamiento del 08-09-02, cuando dejábamos en claro que no éramos parte de las convocatorias “pacificadoras”, debemos preguntarnos “¿Qué tipo de paz queremos? … ¿La paz de los cementerios que quieren las fuerzas policiales y sus hacedores, la “paz” del meter bala a los pobres, de las razzias en las barriadas populares, de la sumisión frente a las arbitrariedades de los uniformados y los poderosos?”.

Que los de arriba construyan un discurso tramposo que despierte algún tipo de ilusiones en millones de honestos compañeros, no hace verdadera a la mentira ni modifica nuestras posiciones.

Habrá paz cuando se vayan todos; habrá paz si hay trabajo, educación y salud para todos; habrá paz cuando se acabe la represión.