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Al mismo tiempo, los ejemplos más concretos llegaron solos, con los pies sobre la tierra: la represión a los trabajadores y trabajadoras de Cresta Roja en la autopista Ricchieri, a los empleados del Ente Provincial de Agua y Saneamiento (EPAS) en la casa de Gobierno de la provincia de Neuquén, y finalmente la balacera descargada sobre los despedidos y despedidas de la Municipalidad de La Plata el viernes 8 de enero, con decenas de heridos y detenidos en cada caso, demuestran la decisión política del macrismo de abrirse camino a balazo limpio.
El TSJ avaló el sistema de detenciones arbitrarias.
Causó mucho revuelo el fallo del Tribunal Superior de Justicia de la CABA, que ratificó la legalidad de las facultades policiales para detener personas arbitrariamente. Aunque no sea una novedad, ya que se cuentan por decenas las sentencias similares de otros tribunales de todo el país, incluso de la Corte Suprema de la Nación, no es cuestión menor que, precisamente cuando se consolida en la Ciudad de Buenos Aires una mega fuerza policial, la justicia local brinde semejante espaldarazo a la más fabulosa herramienta de control social con que cuentan los gobiernos, a través de sus policías.
La experiencia cotidiana en la militancia antirrepresiva confirma que más de dos tercios del total de personas detenidas por la policía, en todo el país, son víctimas de esa facultad policial de detener personas para identificar o averiguar antecedentes.
Las policías -y desde que participan del patrullaje urbano, también la prefectura y la gendarmería- tienen la posibilidad de detener personas sospechosas por lapsos variables, según la jurisdicción. En todos los casos, está regulada como una facultad, es decir, una potestad dependiente sólo del atinado criterio del funcionario, que es una forma elegante de decir olfato policial.
En el acta policial se suele leer: Encontrándose los oficiales X e Y recorriendo la jurisdicción en prevención de delitos y contravenciones, advirtieron la presencia de un sujeto masculino, el cual, al avistarlos, incurrió en una actitud sospechosa. Ejemplos concretos de esa actitud sospechosa: ponerse de pie cuando arribó el móvil, acelerar el paso en dirección opuesta a los suscriptos, desviar la mirada buscando pasar inadvertido o adoptar una actitud de intranquilidad y nerviosismo.
No hay mucho más que explicar: en nuestro país, cualquier policía puede detener en cualquier momento a cualquiera.
Que tenga o no sus documentos de identidad es anecdótico, aun cuando muchas de las leyes que regulan esta facultad requieran que concurra la falta de identificación.
Que las víctimas de las detenciones arbitrarias nunca sean rubios adolescentes de colegios privados ni ejecutivos en autos de alta gama, confirma el carácter de clase del sistema.
Que la Corte IDH, en el Caso Bulacio, ordenara hace casi 13 años al Estado Argentino derogar éstas y otras normas que habilitan detenciones arbitrarias, demuestra que ningún gobierno está dispuesto a perder tan poderosa herramienta para el control social.
Que los jueces, mucho más a menudo de lo que trasciende, avalen estas prácticas represivas, como lo hizo ahora el TSJ de la CABA, confirma que no es un policía
es una política de estado.
Traspaso de la PFA a la Ciudad.
Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta se dieron el gusto. Bajo la atenta mirada de la vicepresidenta Gabriela Michetti; la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich; el secretario de Seguridad, Eugenio Burzaco; el vicejefe de gobierno porteño, Diego Santilli, y el ministro de Justicia y Seguridad porteño, Martín Ocampo, firmaron el acuerdo que transfiere buena parte de la Policía Federal a la ciudad de Buenos Aires, con la perspectiva, de acá a un par de años, de la unificación de ambas fuerzas en un solo cuerpo represivo.

Repudiamos los aprietes y amenazas recibidos por la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
El jueves 30 de diciembre, a la madrugada, cuatro personas ingresaron por la fuerza al edificio donde funciona la radio de Asociación Madres de Plaza de Mayo, golpearon al operador de guardia y tiraron huevos al frente. Cuando la Asociación denunció el ataque, señaló que el hecho se sumó a una seguidilla de llamadas telefónicas con amenazas de muerte recibidas por Hebe P. de Bonafini.
El episodio debe verse en el contexto que inauguró el diario La Nación, cuando, a 24 horas del triunfo electoral de Mauricio Macri, editorializó reclamando el cierre de los juicios contra los crímenes de la dictadura y definió a los represores como presos políticos. La rápida y lúcida respuesta de los trabajadores de La Nación, que repudiaron el editorial del 23 de noviembre de 2015, recuerda el precedente de 1987, cuando los gremios gráficos intentaron evitar, con un recurso de amparo, que se publicara una solicitada de apoyo a Jorge Rafael Videla, y confirma que el reclamo de justicia y castigo a los genocidas es fruto de décadas de lucha y movilización en las calles, y fue ganando un consenso cada vez más mayor en amplios sectores de la población.
El operativo de aparición, luego desmentida, de Clara Anahí, la nieta de Chicha Mariani, se inscribe en la misma línea, al abrir terreno para cuestionar el trabajo realizado respecto de los nietos recuperados, mientras confirma la validez del reclamo de que se abran los archivos secretos, tanto del Estado como de la Iglesia.
Quienes compartimos la lucha contra la impunidad del genocidio debemos estar alerta, repudiar y movilizarnos ante estos ataques de la derecha, más allá de las diferencias o simpatías con el blanco elegido, porque no es una cuestión de solidaridad solamente, sino de defensa propia.
La “narco-legitimación” de la represión.
Entre tantas promesas de Mauricio Macri durante la campaña electoral, una de las principales fue duplicar el personal de las fuerzas de seguridad, ligada al combate contra el narcotráfico y la inseguridad.
Les ratifico que no vamos a mirar para el costado, vamos a enfrentar este tema con todas nuestras fuerzas, porque Argentina necesita liberarse de este flagelo. Esto recién comienza, y les vamos a dar batalla sin cuartel, en cada rincón donde se encuentren dijo el presidente.
Sin embargo, la realidad nos muestra que esta política, lejos de estar dirigida a combatir al narcotráfico, es la excusa de la hora para la represión y el control social, mientras, a cada paso, se confirman los lazos del crimen organizado con el aparato represivo estatal y su mandante, el poder político.
Hace unos meses, en la audiencia celebrada en la Corte Suprema a raíz del expediente en el que el Sindicato de Policías de la provincia de Buenos Aires reclamó su reconocimiento como organización gremial, su abogado argumentó que la sindicalización va a permitir resistir las órdenes ilegales.Cuando el juez Juan Carlos Maqueda preguntó a qué órdenes ilegales se refería, el abogado respondió que es habitual que el poder político ordene a la policía medidas orientadas a la protección del narcotráfico, la trata de personas, robos, etc. Vale aclarar que la respuesta no generó ni un gesto de sorpresa en los jueces Maqueda, Lorenzetti y Highton de Nolasco.
Es sistemático que, cuando se trata de justificar el fortalecimiento de las fuerzas represivas, los gobiernos utilicen este tipo de argumentos, mientras que las medidas concretas prueban por sí mismas que estás destinadas a otra cosa.
Así ocurrió, por ejemplo, con el Consejo de Seguridad y la Secretaría de Seguridad, cuyo rol en la represión al pueblo trabajador no requiere más prueba que su historia, creados, respectivamente, por Raúl Alfonsín después de La Tablada y por Carlos Menem tras el atentado a la AMIA.
La proyectada Agencia Federal, y el resto del paquete que viene presentado como combate al narcotráfico no traerán más que represión para sostener el ajuste.