El mensaje de texto llegó unos minutos antes de las dos de la tarde: “Reprimieron en Barracas, hay heridos de bala”. Era el 20 de octubre de 2010, y habían matado a Mariano Ferreyra.
En menos de un cuarto de hora, éramos muchos los que esperábamos en Callao y Corrientes, hacia donde viajaban los trabajadores tercerizados del FFCC Roca y los militantes de las organizaciones que los habían acompañado en la movilización de esa mañana, para denunciar que una patota de la burocracia sindical, apoyada por la policía, los había atacado con armas de fuego.
La noticia de que uno de los heridos, un joven militante del Partido Obrero, había muerto camino al hospital, llegó antes que los compañeros. Después supimos que se llamaba Mariano Ferreyra, que tenía 23 años, y que otra compañera, Elsa Rodríguez, luchaba por su vida con una bala en la cabeza. Otro de los heridos de bala, Nelson Aguirre, seguía en el hospital, y el cuarto, Ariel Pintos, estaba allí, en la calle, mostrando su muslo perforado por un proyectil de plomo a las cámaras de TV.
En la improvisada conferencia de prensa, escuchamos el relato de lo que había pasado, de boca de los mismos compañeros que, un par de años después, desfilarían ante el Tribunal oral nº 21 para declarar como testigos. Fueron nueve meses de audiencias, entre mediados de 2012 y principios de 2013, que nos permitieron reconstruir en detalle qué y cómo pasó, y, sobre todo, por qué.
Cuando nos llegó el turno de alegar, no podíamos tener dudas. Por eso dijimos que “el suceso ocurrido el 20 de octubre de 2010 en Barracas (…) fue la ejecución de un plan criminal organizado en conjunto por los tres sectores que veían perjudicados sus intereses por la organización independiente de los trabajadores tercerizados del ferrocarril Roca”.
Hasta para los jueces había quedado claro que, en el marco de la defensa de los intereses políticos y económicos vinculados a la explotación del transporte ferroviario, y, en particular, al sostenimiento de modos precarizados del trabajo, los beneficiarios de ese sistema de explotación decidieron ir a fondo para aleccionar, de una vez y para siempre, a ese grupo de díscolos que no se encuadraba en las “reglas del juego” acordadas entre el Estado, la patronal UGOFE y la burocrática Unión Ferroviaria de Pedraza.
Así como se complotaron para atacar a los trabajadores que buscaban su propio camino de lucha independiente, los integrantes de esa alianza antiobrera trabajaron de conjunto para tratar de ganar la impunidad. Proliferaron las amenazas a los testigos, a la vez que se puso en marcha el mecanismo para resguardar a los responsables políticos, como Aníbal Fernández, Carlos Tomada, Ricardo Jaime y Julio de Vido. Los policías involucrados, que iban desde varios comisarios hasta un cabo, fueron defendidos institucionalmente por el Ministerio de Seguridad, a través de los abogados de la Dirección de Asuntos Jurídicos. Se intentó una fabulosa coima a dos camaristas, que incluyó 50 mil dólares del Belgrano Cargas, un ex juez federal, un servicio de inteligencia, un secretario de la Cámara de Casación Penal y dos camaristas, para dejar en libertad a la patota y frenar el avance de la investigación.
La lucha organizada, en un amplio marco de unidad, permitió exponer esas maniobras y desbaratar algunas. Aunque nunca pudimos arrastrar a los funcionarios políticos hasta el banquillo de los acusados, los explícitos diálogos telefónicos grabados y ampliamente difundidos los mostraron como lo que son: socios en los negocios, socios para reprimir.
Cuando cerramos nuestro alegato, dijimos a los jueces la misma frase que fue consigna a lo largo de la pelea: “La bala que mató a Mariano salió del corazón del Estado”, y les exigimos una sentencia aleccionadora para los que creen que encarcelando o matando obreros pueden frenar las luchas de los explotados, y para los que no entienden cuál es el motor de la historia.
Los jueces nos respondieron, unas semanas más tarde, en la sentencia. Condenaron a los hombres, pero se negaron a reconocer el plan criminal tripartito, que atribuyeron a nuestra “manifestación de principios… que da cuenta de su propia visión del mundo”. Plantados, también ellos, en su particular visión del mundo, no se dieron cuenta que nos hacían el mayor de los elogios, al verbalizar la diferencia entre su rol, y el nuestro.
Porque estuvimos ahí, en esos tribunales, como seguiremos estando, para denunciar que las cosas no pasan porque sí; que cuando hay una víctima, hay un responsable, y que en este caso fue el Estado Nacional; que la justicia la hacemos nosotros y nosotras en la calle, y que el mejor homenaje que le podemos hacer a Mariano es continuar su lucha todos los días.
Compañero Mariano Ferreyra PRESENTE
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!