La cuestión aparenta no tener fin: las policías federal y bonaerense parecieran vivir en permanente estado de “depuración”. A juzgar por lo que informan diarios, radios y TV, a los funcionarios de Kirchner y Solá no les alcanzarían el día y la noche para llevar adelante la cruzada moralizadora.
El comisario De Gastaldi, de Quilmes, fue separado por enriquecerse “irregularmente” y al poco tiempo el subcomisario Hernández, felicitado jefe de una brigada antisecuestros, quedó detenido por integrar las bandas que decía combatir.
Alberto Sobrado asumió la jefatura de la bonaerense para “transparentar” la fuerza. A poco de andar se supo que tenía unos llamativos “ahorros”: 333 mil dólares que pasaron del Scotia Bank uruguayo a un banco en las Bahamas. Eso sí, había dejado un 500 en la banda oriental para los gastos. Mientras tanto en Médanos un tal Luis desde una grabación fiscal se quejaba de ser testaferro de un comisario con cinco palos de patrimonio.
El caso del comisario general Roberto Giacomino fue el que más fuerte repercutió en la vapuleada “opinión pública”, aunque la gran prensa ya lo haya olvidado. El adusto jefe de la federal manipuló compras de material informático para el hospital policial Churruca-Visca por 2 millones de pesos, haciendo ganar las licitaciones prefabricadas a familiares suyos que ni siquiera se dedicaban al rubro en el que habían ”competido”. Todo ello, claro, pagando por los productos comprados al doble del valor de plaza…
A los pocos días, quien dejó la federal fue el comisario mayor Juan Damis, a cargo de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana. Se indicó que estaba disconforme porque no aprobaron a los colaboradores que propuso. Pronto se conoció, sin embargo, que la verdadera razón del desplazamiento estaba en una causa judicial en la que se investigan delitos cometidos en la contratación de servicios adicionales de vigilancia.
Historias como los ejemplos reseñados llenan las páginas de los diarios todas las semanas. Comisarios que cobran $ 2.500 rodeados de esposas, hermanos, cuñados y primos millonarios, subcomisarios con cuentas “off-shore”, sargentos con autos importados…
Lo que sí aparece como novedoso es que -a diferencia de los tiempos de duplas célebres como las que formaron Duhalde-Klodzyck o Menem-Pelacchi- ahora el poder político parece querer sacarse de encima al policía “escrachado” por corrupto para no quedar salpicado por vueltos que no cobró y, en algunos casos relevantes como los de Sobrado o Giacomino, hasta remueve rapidamente del cargo al jefe bonaerense o federal que metió la mano en la lata. Obviamente esos gestos encuentran un amplio apoyo social.
SIN CORRUPCION, ¿SE ACABA LA MANO DURA?
Durante años buena parte de la sociedad “compró” las bondades del llamado “modelo neoliberal”. Con los gurúes de la “city” como divulgadores predilectos las privatizaciones, la desregulación y apertura económica, la precarización laboral o el dólar barato aparecieron ante los ojos y oídos de millones como instrumentos que mejorarían las condiciones de vida de las mayorías. Cuando el “modelo” empezó a hacer agua, rápidamente los mismos políticos y comunicadores a sueldo del gran capital nos “explicaron” lo que pasaba: el modelo estaba bien, el problema era la corrupción. “Si no se robara tanto esto funcionaría bien…”, nos decían. Al margen de las consideraciones sobre lo que hoy sucede en materia económica y social, la mentira neoliberal (con o sin corrupción) perdió adeptos por millones en Argentina y en toda América Latina.
Y con las policías, ¿qué sucede?. Hoy la principal señal que se emite desde el poder es que lo que debería preocuparnos es la corrupción de los de gorra. ¿Es que sin corrupción no habría “gatillo fácil?. Si dejaran de robar… ¿dejarían de asesinar piqueteros como los jóvenes Ibáñez y Cuellar muertos por la policía jujeña?
Recientemente el diario La Arena, de La Pampa, recordó cómo Rodolfo Walsh definió a la Bonaerense en una publicación de la CGT de los Argentinos 36 años atrás: “es una jauría de hombres degenerados, un hampa de uniforme, una delincuencia organizada que actúa en nombre de la ley; la secta del gatillo alegre es también la logia de los dedos en la lata”. No cabe duda que la relación entre ambos términos –choreo y represión- existe. Lo que cabe preguntarse es si la supuesta “depuración” en marcha –que intenta poner en vereda al robo de uniforme- redundará en una policía menos fascista, menos violenta, menos enemiga de los pobres…
GIACOMINO SE DEBIO IR MUCHO ANTES
Hasta el 2 de octubre –fecha en que el gobierno lo despidió por televisión- Giacomino era del bando de los “buenos”. No se sabía (o no había trascendido) lo del negocito familiar de dos millones, y el jefe de la federal contaba con el apoyo del presidente, de Béliz, del duhaldismo y de Ibarra.
Resulta, sin embargo, que Giacomino había ascendido aceleradamente de la mano de “meta bala” Ruckauf, y que llegó a la jefatura de la federal luego de la masacre del 19 y 20 de diciembre -6 muertos, centenares de heridos- para no criticar nunca la actuación de sus camaradas en esas jornadas; que a medida que se fue consolidando en la jefatura no dudó en argumentar a favor de “combatir duramente” a la delincuencia, prédica que obviamente obtuvo los resultados esperables, como cuando en setiembre de 2002, una patota de la comisaría 34ª golpeó a tres pibes, los hizo tirarse al Riachuelo y provocó la muerte de Ezequiel Demonty; que fue el responsable de expulsar a las familias sin techo del Padelai o atacar a las obreras de Brukman y defender a capa y gases lacrimógenos al fraudulento empresario quebrado; que intentó sin éxito reinstalar los edictos y que fue cómplice del sinnúmero de causas –con muertos y presos reales- que la policía federal inventó en la ciudad de Buenos Aires para mostrar eficacia en el “combate” al delito e incrementar su poder en la sociedad.
Sobraban razones democráticas para que Giacomino no llegara nunca a ser jefe de policía. Mientras nos contaban que había purga en la Federal, el nuevo gobierno lo mantuvo intocable cuando era un estilista de la represión. A Giacomino debieron irlo por eso, por represor.
SIN REPRESION NO HABRA CORRUPCION
Si la política contra la corrupción policial de Beliz-Quantin-Campagnoli convive con una concepción de “mano dura”, “tolerancia cero” y criminalización de la protesta social, no habrá verdadero enfrentamiento a la corrupción sino búsqueda de legitimación y prestigio social para el desarrollo más eficaz de planes represivos contra las mayorías.
Es evidente que fenómenos sociales complejos, como el de la profunda, extendida y persistente corrupción de las policías, no son determinados por un único factor. Sin embargo, no podemos dejar de destacar a aquel que es, sin dudas, el más relevante. Y es que en una sociedad como la Argentina, con desigualdades sociales cada vez más profundas y con clases dominantes que han convertido a las fuerzas policiales en protagonistas fundamentales de la gobernabilidad política, es casi inevitable que la corrupción sea el camino por el que los verdugos se cobran por sus sucias tareas. El poder político requiere para mantener este estado de cosas del aparato represivo, sus guardianes (pero no sumisos a cambio de nada). Para reprimir, algo tiene que haber a cambio. Es el viejo apotegma inmoral del que “roba pero hace”. Roba pero cuando le ordenás instaurar el orden, cumple con su cometido. La recompensa para la tarea cumplida no es el magro sueldo que perciben.
En otras palabras: resulta difícil imaginar una reducción notable de los niveles de corrupción existentes en las fuerzas policiales, mientras desde el poder económico y político se les asigne –más allá de la retórica- la violenta función de mantener a raya a los excluídos y la de enfrentar los justos reclamos del movimiento popular.•