Antirrepresivo, diciembre 2003
En la primera parte de este trabajo presentamos algunos aspectos de la vida de los vecinos que habitamos la villa durante la última década. En el próximo número analizaremos las diferencias en las políticas estatales hacia la villa después de 2001.
“Pinta tu aldea…”
Algunos datos a modo de introducción:
La Villa 21-24 se encuentra al sur de la ciudad de Buenos Aires en el Barrio de Barracas, lindando con Pompeya y Parque Patricios. Sus límites van desde las vías del Ferrocarril Roca de la estación de cargas Solá al Riachuelo y de la calle Luna a la calle Iguazú.
Siendo poco más de 60 hectáreas, gran parte de las mismas eran terrenos bajos que se fueron rellenando a lo largo del tiempo con desechos urbanos (basura y escombros).
Los primeros habitantes fueron llegando en la década del cuarenta, creciendo en cantidad hasta la última dictadura militar, cuando las políticas de erradicación que se aplicaron llegaron al máximo de dejar apenas una centena de familias que resistieron el desalojo. Luego comienza un repoblamiento ininterrumpido.
Una característica propia que hace a la conformación cultural de nuestro barrio, es que hoy la mayoría somos hijos de inmigrantes, principalmente del Paraguay, aunque también del norte de nuestro país y de otros países limítrofes (El idioma guaraní, el machismo muy presente, el origen rural de muchas familias, el tipo de conformación familiar ampliada en torno a la madre, los yuyos, etc son algunas particularidades que se destacan).
Actualmente viven más de 20 mil personas, la mitad son menores de edad. El promedio de edad es de 23 años siendo la media para la Ciudad de 33 años, no sólo porque las familias en la villa son más numerosas sino también porque son muchos menos los que llegan a viejos (en la ciudad el 14% de la población supera los 65 años, en la villa sólo el 2%). El índice de AVPP (años de vida prematuramente perdidos) de los hospitales del norte de la ciudad señala que las principales causas de muerte son tumores y enfermedades circulatorias; en cambio en el Hospital Penna en cuya área se asienta la villa, y en el Piñeiro (Bajo Flores Soldati), dicho índice aumenta notoriamente. Las principales causas de muerte son externas y enfermedades infecciosas. Lamentablemente los datos de “externas” no están discriminados entre accidentes y homicidios.
En cuanto a las oportunidades educativas también existen grandes diferencias con respecto al resto de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires. Entre los que tienen catorce años y más, 61 de cada 100 habitantes de la ciudad pudo terminar la secundaria, en cambio 89 de cada 100 villeros no han podido terminarla.
Es importante señalar la altísima desocupación como uno de los más graves problemas que enfrentan las familias de la Villa. El “cirujeo” y el “cartoneo”, así como la supervivencia por la asistencia social han crecido enormemente en los últimos años. Entre los adultos que trabajan es igualmente grave la inestabilidad en sus empleos. La mayoría de los adultos son obreros de la construcción, aunque también se destacan las empleadas en servicio doméstico y de mantenimiento y limpieza. Entre los jóvenes los pocos trabajos que se consiguen son temporarios y de muy baja calificación. La discriminación laboral por ser villero es notable.
Cabe subrayar que estamos hablando de una villa en la ciudad de Buenos Aires, que tiene características que la diferencian de las villas del Gran Buenos Aires. Una de éstas es la medida de la presencia de distintos estamentos del estado.
“Juventud, divino tesoro
Ya te vas para no volver…” (M. Cané)
Una cosa que salta a la vista cuando uno llega a la Villa es cómo los niños viven en una especie de gran “vientre comunitario”, en el que desarrollan su vida jugando, peleando y amigándose en los pasillos de la villa, entrando y saliendo de las casas. En la “salita” atienden varios pediatras, a las mamás les dan la leche hasta los cinco años, en los comedores les dan prioridad, en las instituciones del barrio hay actividades varias para ellos y las familias en general se preocupan de que sus chicos terminen la primaria. Pero el abandono en el secundario es casi inmediato, salvo en el caso de las chicas que lo continúan y algunas lo completan con mucho sacrificio, pues el Liceo más cercano queda a 25 cuadras y hay que caminar…
Para divertirse o hacer deportes hay que salir y esto es un riesgo. Ser joven y villero es ser sospechoso para la policía. Para conseguir algún laburito tenés que mentir, dando un domicilio falso fuera de la villa. Encima a esa edad el pibe come mucho, la ropa no le entra, es torpe, bochinchero, molesta hasta en su propia casa. En el caso de las chicas se quedan con las tareas domésticas, criando hermanitos o dedicándose ya a los hijos propios.
El paso a la adolescencia es brutalmente violento y rápido, el mismo pibe que jugaba a la pelota y venía al apoyo escolar, en un verano se convierte en un “fierita” de la esquina, en un paria sin proyectos ni futuro. Muchos varones paran en una esquina, se juntan con sus pares a hacer la única que les queda. Sin abrir juicios de valor ni profundizar en este tema, van de la “birra” al “faso” u otras substancias, y todos sabemos que para la supervivencia y las adicciones se necesita dinero. Del “careteo” de moneditas al “apriete” por algo más se pasa al “choreo”, las armas se consiguen fácilmente y dan poder. De ser el último orejón del tarro con un “fierro” en la mano pasás a ser amo y señor de la vida y la muerte…propia y ajena.
De víctimas a victimarios, para el resto de los vecinos estos jóvenes son vistos como generadores de violencia e inseguridad. La muerte joven es muy frecuente y dramáticamente se fue “naturalizando” en la vida de esta comunidad.
Al salir de la escuela los pibes no tienen casi más contacto con los “aparatos estatales” salvo con la única parte del estado con la que se enfrentan: la fuerza represiva. Al Dr. Lerner (abogado de la Comisión de Derechos Humanos) hace unos años le llamaba la atención que “pareciera que estos chicos el único sistema que tienen incorporado en su cabeza es el sistema penal”. A los 18 años, entonces los pibes elegían: o se “rescataban” o entraban a la “joda” en serio.
“Puede fusilarte hasta la cruz roja, nene…” (Los Redondos)
Vista desde afuera la villa es un “ghetto” y la política desde el estado es dual: la del encierro y la del “divide y reinarás”.
El ejemplo más evidente es el de las fuerzas de seguridad. Para la policía uniformada el objetivo es “que los villeros no salgan al barrio” dicho textual de un ex comisario de la 32ª frente a representantes de instituciones de Parque Patricios, al mismo tiempo que un ex subcomisario reunido en confianza con un grupo de vecinos (varios comerciantes de la villa) les daba carta blanca para actuar por su propia mano, que después “yo entro a juntar los cuerpos”.
Por otro lado la táctica de la “brigada” es utilizar la poderosa arma (que también usan los punteros políticos) del rumor para provocar todo tipo de enfrentamientos internos, aprovechando diferencias territoriales, generacionales, de nacionalidades, etc. Con decir que a tal vecino le allanaron la casa porque lo “buchoneó” tal otro o que la novia de un “vago” de una bandita está con otro de otra esquina, basta para armar un nuevo baño de sangre.
Esta concepción (encerrar y dividir) está presente en casi todos los agentes de toda la escala jerárquica del estado, aún entre las trabajadoras sociales del ministerio de Acción Social.
“La locura es un placer que sólo los locos conocemos” (pintada)
Desde hace varios años se producen oleadas de introducción de diversas substancias adictivas ilegales. Este procedimiento se realiza por muchos canales. No existe un “capo mafia” de la droga sino decenas de “punteros” (dealers) con conexiones policiales y amparos políticos que la distribuyen. Antes fue la marihuana. Durante el Menemato se popularizó la cocaína. En 1998 la moda fue mezclar pastillas con alcohol. En los últimos dos años se difundió la “pasta base” que pega muy rápido, te destruye físicamente en muy poco tiempo, es altamente adictiva y más barata, pues se elabora con desechos del procesamiento de la cocaína.
En coincidencia con estas oleadas se fueron desdibujando algunas normas de convivencia entre vecinos. Antaño si alguien robaba adentro era considerado una “rata”, era socialmente condenado por la comunidad. Hoy lo más común es robarle al que está más cerca. Hace unos diez años atrás todavía era común que las puertas de las casas estuvieran abiertas durante el día; hoy todas tienen rejas, incluso muchos pasillos tienen rejas que los vecinos de esa zona cierran durante la noche.
Otra ruptura notable es que antes si uno tenía un problema personal con otro, se lo “solucionaba” con el involucrado; en cambio ahora, para efectuar el desquite o venganza, cualquiera cercano al otro vale, sea un pariente o un amigo del mismo.
En nuestras propias charlas, primero decimos “¿Sabés quien se murió?” después aclaramos que lo mataron y seguimos hablando como si nada. Tiene que ver con la “naturalización” de la violencia con la que se convive.
“No vas a esperar que enfríen a tu amigo,
si ya conocés la forma novedosa…” (Los Redondos)
Algunos elementos para el análisis:
Para las ciencias sociales tradicionales la anomia es reconocida como una de las causas de suicidio. Es decir, los suicidios aumentan cuando las reglas de convivencia se debilitan, cuando las normas de conducta y los valores que rigen la vida de los individuos cambian.
Para nosotros, si partimos del concepto que la clase trabajadora (de la cual forman parte los pobladores de la villa, aún como sostienen algunos como ejército de reserva) puede potencialmente transformarse en sujeto de cambio social, hacerlos vivir en una comunidad encerrada, aislada y empujada a la anomia evita que se constituyan como sujeto colectivo. El “que se maten entre ellos” equivale a un suicidio colectivo. Estamos hablando de la construcción social de un cuerpo anómico como forma de exterminio de fin de siglo. Estamos hablando de una anomia deliberada y dirigida contra un sector social de clase bien definido por parte del Estado.
Durante esos años muy pocas organizaciones pueden ensayar algún tipo de respuesta, por lo complejo y peligroso. Sólo la contención personal desde los grupos y el intento de restaurar lazos solidarios básicos, que aunque a simple vista parezca poco, ya es mucho.
Sobre la base del desarraigo de las familias de su lugar de origen, su relación con la tierra y sus creencias, atravesados por la marginación y la discriminación, además de la depresión económica actual y la falta de perspectivas de futuro, se nos somete a este “sin sentido”, se nos condena a ser esta especie de “sub-humanidad”.
Carlos Desages
Fuentes para la Introducción:
Informe preliminar de PICASSO del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Cs. Sociales UBA. (2001)
Datos de la Dirección de estadística de la Secretaría de Salud del G.C.B.A. (1998)
Trabajos de Diagnóstico de estudiantes de Trab. Social (UBA) Saberes y haceres(preadolescentes) (2000)
Representaciones sociales de género (chicas adolescentes) (2000)
Violencia (jóvenes varones) (2001) en el Centro de Prácticas de la
Comisión de Derechos Humanos de Villa 21.