DISCRIMINAR (lat.: discriminare), en su primera acepción, “separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra”, acaso sea la misión más esencial de la especie humana, la función más distintiva y, probablemente, acompañe en su riqueza evolutiva, el desarrollo de la humanidad. Probablemente muchos proyectos emancipatorios hayan tenido su costado débil al pretender forzar una uniformidad que los terminó asfixiando ante la ausencia de una fina discriminación de las circunstancias reales y concretas de cada situación histórica, cultural, económica y social.
Su segunda acepción, estos es “dar trato de inferioridad a personas o colectividad de personas por su nacionalidad, por su pertenencia social, religiosa, política, etc.” es la que habrá de ocuparnos.
Es absolutamente justo que la entronización del neo-nazismo en el poder formal de Austria, con Heider nos concite alarma y nos preocupe. Más aún, cualquier expresión pública -más cuando viene propalada desde la cima del poder- que aliente la xenofobia, la discriminación y, peor aún, reivindique el mismísimo genocidio dirigido por el nacional-socialismo alemán contra judíos, gitanos y opositores políticos y sociales tiene que convocar activo rechazo e insoslayable resistencia de cuanto hombre digno, humanista y realmente democrático habite en el mundo. Cuando uno reescribe esta verdad de perogrullo siente la penosa morosidad de la humanidad por albergar a esta altura, en sus profundos instersticios, esta obviedad, pero también la honda preocupación de que se lo tenga que decir una y otra vez, como si las palabras se hubieran distanciado peligrosamente de las ideas y las ideas se estuvieran alejando gravemente de las prácticas sociales, como la “Balsa de Piedra” de Saramago se va alejando del continente europeo, valga el eufemismo literario.
Casi concomitantemente con este resonante suceso de la política europea, pero con menor repercusión, pudimos conocer que en la pequeña población de El Egido, en la región de Almería (España), el asesinato de una mujer blanca por un árabe, desató una furiosa ola de violencia contra la mayoría de inmigrantes árabes, del norte de äfrica o provenientes del Tercer Mundo. Ello sólo concitó el llamado a la “cordura” y a la convivencia de parte de las autoridades “democráticas” españolas. Vale recordar que esos inmigrantes no fueron a llenarse de riquezas sino a trabajar en malsanos invernaderos, por ingresos míseros y habitando “chabolas” inhumanas para hacer prosperar una comarca árida y abastecer de ganancias a los españoles que no asumen esas labores poco propicias.
Lamento tener que admitir que no se equivoca el neo-nazi Heider cuando sostiene que el racismo europeo se viene manifestando con el tratamiento a todo inmigrante, desde hace varios años. No es menos cierto que la alarma de los partidos “demócratas”, “ecologistas” y “socialdemócratas” ante la amenaza verbal por el retorno del nazismo suena hipócrita, tras los bombardeos que sus gobiernos ejecutaron junto a la OTAN, para “reafirmar la vigencia de los derechos humanos en los Balcanes”. No menos paradojal aparece la alarma por Heider al gobierno israelí, que jamás ha reconocido su crueldad en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, su hostilidad al pueblo Palestino, su aplicación “legal” de torturas a detenidos políticos y su boicot a la paz, ya que a pesar de negociar con Arafat ni siquiera se somete a las resoluciones de la ONU en materia de restitución de tierras usurpadas a los pueblos árabes. Cualquier expresión del Gobierno Español, ya sea de su post Franquista Aznar o de sus “adversarios de izquierda” PSOE-IU contra Heider viene contaminada de antemano. Sucede que es la política del estado español, cualquiera sea su gerente de turno, la que lo ha “poblado” de árabes con el propósito referido -mientras los españoles trabajaban en Suiza y Alemania para finalmente ser parte de la Comunidad Europea como país-, como es política del “reino democrático” perseguir y reprimir a los nacionales vascos que pugnan por su independencia desde su territorio indebidamente usurpado por centrales razones de estado que no son otras que económicas.
Resuena el fenómeno descripto en la campaña anti “boliviano-peruano y chileno” que nos brindara el ex Ministro Corach hace dos veranos, los que también habían sido útiles en otro momento del ciclo de reproducción ampliada del capital. Ya vamos teniendo algunas claves de aproximación: no es que se hayan solamente sustituido los judíos de los años 40 por los árabes, indios o kurdos del 2000. Todos tuvieron y tienen un documento de identidad común: su condición de pobres, explotados, marginados y, por ende, potenciales problemas, en tanto algún día no tan lejano, esos “excedentes del sistema” decidieran cobrar identidad y defenderse, por el medio que escojan, de su injusta condición.
Necesario correlato es el delicado y complejo tema de las identidades nacionales. No es una cuestión que haya sido tratada inocentemente por los “intelectuales orgánicos” del momento. Los Alain Touraine, los Anthony Giddens, los Ulrich Beck, en los que abrevan las usinas de la “tercera vía” y de la “izquierda plural” -cuyas disfumados perfiles criollos se encarnan en la actual administración aliancista- nos hablan de una época signada por la “Y” de la pluralidad, la ambivalencia que por fin dejó atrás el “O” de la oposición. No son inadvertidos cuando proponen superar “antiguas o nuevas rigideces expresadas en neonacionalismos, neofascismos y etnocentrismos” en pos de una “modernidad radicalizada” capaz de reformular las metas y fundamentos de la sociedad industrial en procura de un “internacionalismo democrático cosmopolita”.
¡Cuánta mentira, cuánto oscurantismo para ejercer la confusión y concitar la rendición feliz de las masas excluídas y la renuncia de los pueblos oprimidos a un proyecto estratégico de supervivencia, necesariamente anticapitalista!
Por cierto que del único gran conflicto universal que separa y discrimina en cada momento y en cada rincón del planeta nada, ninguna palabra clara.
Cabe entonces distinguir la connotación frívola de un “etnicismo” expresado en un mercado que ofrece comidas nacionales para satisfacer excenticidades, el manipuleo peligroso de legítimos sentimientos nacionales en procura de objetivos manifiestos del capital globalizado por manejar pequeños mercados dóciles como en la península balcánica, por un lado, y la encomiable tarea de recuperación de identidad cultural y lingüística de ciertas etnias para concurrir a un proyecto liberador universal desde la riqueza de su propia historia, como los mayas-quitchés, los kurdos, los vascos, los mapuches, muchos pueblos árabes e innumerables otros grupos raciales.
El 6 de marzo pasado conocimos que el director del INADI iba a tomar acciones con el presidente de la AFA por comportamientos discriminatorios de una hinchada de fútbol contra los parciales de Atlanta de origen judío. ¡Bravo!. Pero ¿no deberían igualmente seguir la misma vía con las numerosas hinchadas que ejercen ese altisonante prejuicio discriminatorio contra los “bolivianos, peruanos y villeros”?. Obvio es que no rechazamos el legítimo derecho de la comunidad judía de defenderse contra cualquier expresión amenazante. Es más, entendemos que es un deber que no tenemos que demostrar que compartimos. Cierto es también que sentimos una especie de exigencia -tras el holocausto- de contar con la comunidad judía universal como vanguardia de la lucha humanística contra toda forma de xenofobia y discriminación. La realidad muestra una prevalente lucha por sus propios intereses antes que una lucha única por todos los grupos humanos oprimidos, sin que olvidemos por ello los incontables judíos que individualmente luchan y han luchado, de las más diversas formas, por la justicia y la dignidad humanas sin aditamentos.
En suma, no es que Heider no deba preocuparnos, pero cierto es que los hechos concretos no deben desasosegar menos que las palabras amenazantes de hechos futuros, al menos deben intranquilizarnos en la misma medida. No es que haya uno o más pueblos que importen más que otros: cada vez que un ser humano es humillado en el mundo tenemos el deber de denunciar y resistir. Pero no podemos permitir que los dueños de la explotación y de la discriminación pretendan adueñarse de la carta de ciudadanía del humanismo al mismo tiempo que discriminan, explotan, reprimen. No está mal que Storani e Ibarra se pongan la estrella de David y vayan a protestar con la comunidad judía a la embajada de Austria. Claro, que un deber de honestidad les impondría aclarar primero las muertes, heridos y represaliados en Corrientes a una semana de Gobierno.
HAY QUE RECONQUISTAR LA PALABRA como la más valiosa adquisición del hombre. HAY QUE RECUPERAR LAS IDEAS, “hay que decir lo que se siente exactamente como se siente; claramente, si es claro, oscuramente, si es oscuro, confusamente, si es confuso” como reflexionaba Fernando Pessoa.
Siempre vamos a luchar y resistir contra los discriminadores y xenófobos, llámese HEIDER, “HEITLER” o el democrático juez Garzón que acaba de procesar a dirigentes nacionalistas vascos. Pero igualmente tenemos el deber de decir de lo que es, que es: que la discriminación es un producto necesario del capitalismo, del mismo que regentean los que se asumen como “demócratas” y que la única lucha consecuente contra el racismo y la discriminación es el fortalecimiento, coordinación y contribución al crecimiento de las luchas de los explotados, excluidos y perseguidos a lo largo y ancho del mundo, sean por razón de sangre, religión, idioma o cultura, porque siempre, necesariamente debajo del agua el denominador común del “racismo” es la pobreza. Los que consumen o pueden consumir nunca o rara vez serán discriminados, aunque sean negros, indios, árabes, judíos o malayos, mujeres o pertenecientes a una minoría sexual.
Como traspasó el “aparato represivo nazi” bajo la mesa a las “democráticas” manos yankees o francesas para ser usadas en Argelia, y en casi todo el Tercer Mundo, así los genocidas de los Balcanes hoy se rasgan las vestiduras por Heider. Nosotros sencillamente resistimos a los neo-nazis “incorrectos políticamente” y a las verdaderas causas de la injusticia que, aunque más civilizados en su apariencia, aunque no fascistas en sus principios rigurosos, no dejan de usar métodos muy análogos al nazismo cuando de defender sus intereses de clases y su hegemonía se trata.
Raúl Alberto Schnabel