Detuvo y torturó a un joven en Villa Fiorito. Su familia tuvo que pagar un rescate para que lo liberen. A los pocos días, la víctima murió. El asesino fue “purgado” de la bonaerense, pero sigue trabajando en el mismo lugar que antes. Maravillas de la era de León Arslanian.
El 14 de Diciembre del 2003, Jorge “Chaco” Gonzales caminaba por Villa Fiorito, un barrio que guarda bajo el barro recuerdos de asfalto. En una esquina lo paró un Falcon particular, de esos cuyas patentes son apenas un artilugio de la imaginación policial. Encabezada la partida Isidoro Segundo Concha, oficial de calle de la Comisaría 5ta. “Averiguación de antecedentes” le dijeron, y para averiguarlos lo tiraron al piso, lo esposaron y más de uno se divirtió un rato pateándole las costillas y la cabeza.
Ramona estaba en su casa cuando la llamaron por teléfono. Una voz marcial le dijo que “su hijo está demorado en la comisaría”. En la seccional la atiendió el oficial Julio Gomez, que en tono concialdor le indicó como solucionar la situación:
-Mire señora, arreglamos por dos mil pesos y lo largamos. La otra opción es armar una causa y mandarlo a Tribunales.
-¿Y de donde saco yo tanta plata, si apenas gano 150 pesos?
-Fijese si tiene algún pariente, o alguien que le preste.
¿Que hacer frente a semejante pedido?. Quizás consultar con un abogado. El único disponible en aquel entonces en el barrio la asesoró diciendo que “eso es menos de lo que están cobrando, asi que tuvo suerte”.
Dos días tardó Ramona en juntar todo el dinero, endeudándose para que su hijo no sufriera la humillación de la carcel sin motivo. Cuando reunió el dinero, a la exigencia de rescate los policias agregaron otro pedido; un cachorro de maltés que estaba criando la familia. Mientras tanto, Chaco sufría las torturas rutina; la bolsita en la cabeza, las patadas, la goma.
Con el dinero en manos de la policía, el 16 de Diciembre del 2003 a las 23 horas, Chaco fue liberado. No le hicieron ninguna revización médica; apenas un vistazo, para comprobar que estaba entero y que podía caminar. El joven tenía tuberculosís. Cuando salió de la comisaría comenzó a orinar sangre: la tortura lo había roto por dentro y una infección amenazaba con extenderse. El 24 de Diciembre fue internado de urgencia, y dos semanas después murió internado en el hospital Durán, donde los médicos descubrieron que tenía hematomas en la base de los pulmones y otras señales de golpes.
Por el crimen, el policía Isidoro Segundo Concha estuvo detenido dos semanas. Al salir en libertad, fue dado de baja en la última purga del ministro de seguridad bonaerense, León Arslanian, pero todavía parece no haberse enterado. “Anda segureando por la estación”, me cuenta un vecino. Segureando significa hacer adicionales, trabajar de custodio en los ratos libres. Concha tiene varios de esos ratos ahora, y -con uniforme a veces- aprovecha para cuidar negocios a dos cuadras de la comisaría, colaborando incluso en algún que otro operativo. Hay un video -guardado en un lugar seguro- que lo muestra en (no tan) nuevo puesto de trabajo. Como si nada hubiera pasado.
Pero algo pasó: cuando nos matan a un ser querido, luchamos o morimos. Eso dice el cartel que trae el último pibe del clan que sigue a Ramona. Es 27 de Julio del 2004, y ella es una mujer pequeña, llena de esas arrugas que parecen cicatrices de la vida y el trabajo duro. Atras caminan hijos, ñietos, cuñadas y algunos vecinos: unos veinte en total, que se van filtrando de a uno hasta la puerta de los tribunales de Lomas de Zamora. La infantería ya vió llegar a los primeros, y el operativo no tarda en armarse: 21 policías de Infantería se forman con escudos en la reja de entrada y en la puerta del edifico. A los costados, dos camionetas de la bonaerense y un micro. Adentro del juzgado tres oficiales remolones y un juez de garantías dan vueltas nerviosos, custodiando la puerta por la que acaba de entrar Isidoro Segundo Concha para declarar.
A pesar de la feria judicial, los tribunales tienen algo de movimiento. Abogados, secretarias, cadetes y acusados entran y se pierden en los laberintos de las diferentes salas. Sospecho que por alguna razón no tan mísitica, en los tribunales siempre sale menos gente de la que entra. Pienso en comentarle a la gente que tengo al lado, pero desisto a tiempo; son dos policías de civil que, carpetita azul en mano, se sientan a distancia prudencial para vigilar los movimientos de la familia y los militantes de CORREPI que arman sus banderas. Nunca es bueno tener conversaciones metafísicas con la oficialidad.
“Los carteles no entran”, grita el jefe de la infanteria cuando están por entrar los mas chicos de la familia. Con su itaka en la mano el oficial se para frente a Ramona, una mujer policía la agarra del brazo, y todo lo demás dura apenas diez segundos. Una puteada, alguna discusión, un manotazo que se pierde en el aire, amenazas del infante y gestos rápidos de los hijos de Ramona. El cartel entra como un pequeño triunfo sobre el operativo de seguridad.
-Hoy vinimos -me explica Ramona- porque está declarando este asesino. Dicen que lo echaron de la policía, pero él sigue trabajando al costado de la vía. A mi se me esconde, no me quiere ni ver, porque yo sé que él tendría que estar en la carcel.
Hoy se volvió a escapar. Custodiado por 23 policias de infanteria, dos camionetas y un micro, dos servicios de inteligencia de carpetita azul y un juez de garantías, Isidoro Segundo Concha se fue por la puerta trasera. Quizás tenía miedo de llegar tarde al trabajo. Ese que todos sabemos cuál es.
Ramona, mamá de Jorge “Chaco” Gonzales