CORREPI - Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional

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De Ladrones y Vigilantes

CORREPI - Antirrepresivo, agosto 1999 :: 01.08.99

increíble del ladrón
por la avenida más violeta de la jungla
serpientes chacales cerdos persiguen al gorrión
(los cerdos se retrasan remolcan sus vientres)
los perros del orden en fin toda la fauna honesta
raptó una miga del chiquero de oro
birló una gota del tonel de sangre
si no lo degollaran heroicamente
qué sería de la fe los mandamientos
las serpientes los cerdos los chacales
y su propiedad privada
Julio Huasi

Marcelo Maione, Víctor “Frente” Vital y Miguel Angel Arribas nunca se conocieron. Sus vidas -ellos no lo supieron- son increíbles paralelas que se rozan, casi. Los tres eran lo que los diarios definen como “delincuentes juveniles”. Eran muy jóvenes, y habían cometido delitos. Los tres fueron fusilados por los funcionarios públicos que garantizan la seguridad -primero de las cosas, y después, sólo después y si quedan tiempo y ganas, de las personas.
Marcelo había asaltado una estación de servicio con un amigo. Escaparon en un auto con el botín: un pebete de jamón y queso, una gaseosa y una bolsa con monedas. Y dos pesos que tenía un camionero. Cuatro patrulleros los persiguieron más de 30 cuadras, hasta que una cubierta reventada los hizo estrellar contra una casa. Los dueños de casa escucharon claramente una tanda de disparos, luego el fuerte impacto del choque y un silencio denso, y a continuación otra serie de tiros. Los policías dijeron que dispararon sólo cuando el auto circulaba delante de ellos. Tiene 39 impactos de bala. Los patrulleros no tienen un solo raspón. La mayoría de los tiros ingresó por la puerta del conductor, y muchos tienen trayectoria de adelante hacia atrás. Marcelo tenía 12 tiros en su cuerpo. Nueve entraron de frente, aunque él manejaba, y no tenía ojos en la nuca. Su compañero sobrevivió a un tiro en la nuca y dos en la espalda. En el momento del choque, iba agachado bajo el tablero.
Víctor “Frente” Vital y un amigo escapaban corriendo de los policías que los perseguían. Se refugiaron en la casilla de una vecina y se escondieron debajo de la mesa. Cuando el policía Sosa y una mujer policía entraron a la casilla, la dueña de casa escuchó que uno de los chicos gritaba “No tiren, me entrego”. “Frente” fue acribillado. Una de las balas entró por la axila -tenía los brazos en alto. Otra atravesó a la vez el pómulo y la mano con la que se cubría la cara. El ángulo de los disparos demuestra que el policía disparó de pie contra quien estaba agachado casi al nivel del suelo. Unos días después, el policía fue visto en la carpintería que los pibes habían robado ese día. “Me tenés que tirar unos mangos, te lo bajé”, le dijo Sosa al dueño.
Miguel Angel Arribas iba a ser juzgado por robo. Al subir al camión de traslado se dio cuenta que le habían puesto las esposas de modo que se las podía sacar. No lo dudó ni un instante, y cuando se abrió la puerta del camión frente al tribunal oral, le pegó un empujón al guardia y empezó a correr por la calle Paraguay. Un tiro limpio en la espalda lo frenó antes de la esquina. Después supimos que Miguel conocía el “sistema de trabajo” implementado en algunas cárceles por el personal penitenciario, que brindan a ciertos internos los datos de inteligencia, las armas y “salidas especiales” para hacer “laburos” extra muros en los que los guardiacárceles se llevan la parte del león. El chico hubiera declarado en un juzgado de instrucción lo que sabía de esos arreglos si no hubiera tenido tan oportuna invitación a una fuga.
Marcelo, Víctor y Miguel nunca pensaron que tenemos un sistema penal “suave”. Al contrario, conocían desde muy chicos su extrema dureza. De haber vivido para ser sometidos a su rigor, hubieran recibido penas altas por sus robos. Ni esa oportunidad tuvieron, porque sus asesinos aplicaron antes la mano dura que según el autodenominado “militante de la causa nacional y popular” Miguel Angel Toma puede hacer que la calle deje de ser un lugar inquietante.
Hubo tolerancia cero para los tres, y la gente sana y honesta cuyo bienestar desvela a Toma ahora puede dormir más tranquila. De paso, unos cuantos guardiacárceles también recobraron alguna tranquilidad para seguir organizando robos usando a los presos que deben guardar como mano de obra barata y extorsionable. La policía no es menos, y roba bancos, vende información, libera zonas o arma las “superbandas”.
Las serpientes, los cerdos y los chacales tiemblan por la inseguridad que pueden causar los gorriones a su propiedad, mientras los perros del orden se reparten el botín.
María del Carmen Verdú - CORREPI


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