Boletín informativo n° 577
Sumario: 1. Detuvieron a estudiantes de Sociales. 2. Policoimeros, polinarcos, polichorro, un gendarme y la máxima policial. 3. Gatillo fácil por una pelota. 4. Violencia en el fútbol es la policía en la cancha. 5. La ¿nueva? policía infantil. 6. Gatillos en provincia y Capital.
DETUVIERON A ESTUDIANTES DE SOCIALES
Mientras la facultad de Ciencias Sociales de la UBA permanecía tomada por los estudiantes, en el marco de la lucha estudiantil por mejoras en las condiciones de estudio y en defensa de la educación pública, en la madrugada del 18 de septiembre, cuatro estudiantes de esa facultad fueron detenidos por la policía y trasladados a la comisaría 17ª, acusados de estar haciendo una pintada cerca del Ministerio de Educación.
Expresar la bronca de que el gobierno le niegue al pueblo, en este caso, la posibilidad de estudiar en condiciones dignas, para el estado, es un delito. Por reclamar lo que es justo, se puede ser contraventor, delincuente o terrorista.
Ésta, la represión, es la única respuesta certera que los estudiantes han recibido de parte de las autoridades y el gobierno, frente a la lucha que ya lleva más de un mes.
A pesar de las demagógicas palabras de Cristina saludando la actitud de los estudiantes en lucha, lo único concreto fueron las listas negras, patotas, detenciones y golpes, en lugar de edificios dignos, becas y salarios docentes.
En complicidad absoluta, nada dijeron los medios de estas detenciones. Muy por el contrario, se han dedicado a bastardear la legítima lucha de los estudiantes acusándolos de vagos y oportunistas políticos.
Como siempre, en forma sistemática, todo el aparato estatal apuntando contra el pueblo y mucho más si está organizado.
POLICOIMEROS, POLINARCOS, POLICHORRO, UN GENDARME Y LA MÁXIMA POLICIAL
No hay delito sin policía, parece ser una máxima del sistema social en el que vivimos. La institución policial, la misma cuya “tarea” es fiscalizada, ordenada y dirigida por el poder político (conviene recordarlo, sobre todo para aquellos que sostienen su presunta autonomía), vuelve a demostrar la certeza de abordar la cuestión del delito y la inseguridad desde su inexcusable protagonismo, participación, complicidad, autoría y responsabilidad.
Esta semana fueron varios los casos emblemáticos. Así como a veces se registran a lo largo del país, esta vez fue a lo ancho.
Uno, en la ciudad de Buenos Aires, es la continuación de una investigación iniciada el año pasado. La cámara criminal ordenó la detención de nueve jefes de la policía federal, que integraban la plana mayor de la comisaría 49ª en Villa Urquiza.
Comandados por los comisarios Carranza (titular de la seccional) y Pavón (jefe de la circunscripción VII de la PFA), todos los policías están procesados por asociación ilícita con 35 casos probados de coimas reiteradas. El pago de esas coimas garantizaba desde protección a comerciantes, hasta la conocida zona liberada para cometer delitos pactados con bandas afines. Siete jefes ya se entregaron y están alojados en el Departamento Central. Hay dos prófugos.
Mientras esto ocurría a escasas cuadras del Río de la Plata, al pie de la Cordillera, el principal Néstro Agüero, 2º jefe del Departamento Drogas Ilegales de la Policía Federal Delegación San Juan, era detenido por su participación en el más grande operativo de narcotráfico registrado en la provincia (30 kg. de marihuana y 3 kg. de cocaína).
Por otra parte, aunque la noticia trascendió poco en su momento, el 27 de julio, en Florencio Varela, ubicado en la Zona Sur del Gran Buenos Aires, un hombre armado entró a un negocio. Redujo al comerciante y a cuatro clientes, a quienes les robó. Hasta aquí, cualquier persona con el sentido común que los medios de comunicación fomentan, diría: ¡Cuánta inseguridad!.
Pero resulta que el ladrón, una vez más, era un integrante de la policía federal, que ya estaba bajo sumario administrativo.
Y al cierre de este Boletín, se supo que, como ocurrió hace unos años con la célebre Fiorino de los 116 kilos de cocaína, conducida por el jefe de la delegación local de la PFA, esta vez un gendarme fue detenido, en Santiago del Estero, con 136 kilos de cocaína en una camioneta. El suboficial, que cumplía tareas en el Gran Buenos Aires, y del que, piadosamente, los medios reservaron el nombre, había pedido permiso a sus superiores para viajar a Orán por razones de familia.
Todo se suma para mostrar, día a día, que, en cualquier tipo de delito, organizado o no, aparecen las fuerzas de seguridad, ya sea garantizando inteligencia, logística y zonas liberadas; participando activamente en el hecho, o explotando a los pibes de los barrios como mano de obra barata y esclavizada con la droga. En los delitos grandes y en los del chiquitaje, el botón de muestra salta siempre.
La institucionalidad está atravesada por este denominador común, que no es corrupción ni hecho aislado. El delito es un negocio que tiene, en quienes dicen combatirlo, a sus principales promotores. La otra máxima es ya una certeza: inseguridad es la policía en las calles.
GATILLO FÁCIL POR UNA PELOTA
En Carmen de Patagones, la ciudad bonaerense que limita con Viedma, capital de Río Negro, hubo un festival por el día de la primavera. Ocho pibitos encontraron una pelota y salieron corriendo con su trofeo bajo el brazo. En instantes, se desató una cacería en la que participaron policías de las dos provincias, que corrieron a los nenes hasta su barrio, en Viedma.
Entraron al barrio a los tiros, con armas largas y de puño. Los vecinos intentaron proteger a los chicos, apedreando móviles y uniformados. El saldo, un pibe de 8 años con un balazo de goma, igual que su padre, que lo trató de cubrir del segundo disparo.
Nos compete la seguridad publica y para que la gente entienda, en presencia de un delito in fraganti, el personal policial puede ir tras el responsable para ponerlo a disposición de la Justicia, justificó el jefe policial rionegrino.
Y aclaró, con un suspiro: Lamentablemente, la policía es la ultima barrera de contención cuando surge un hecho de esta naturaleza y a ninguno de nosotros nos da placer tener que proceder.
Quizás el policía se lamentaba de que, esta vez, sólo hirieron, no mataron a ninguno
VIOLENCIA EN EL FÚTBOL ES LA POLICÍA EN LA CANCHA
Parecía un partido más del fútbol argentino. El pasado sábado 18 jugaron All Boys y Estudiantes de La Plata en Floresta. Pero lo que siempre se supo, y se sabe, quedó expuesto por una fotografía tomada por un periodista del diario Crónica: la violencia en el fútbol es la policía en la cancha.
Con la venia de la bonaerense, la hinchada de Estudiantes salió desde La Plata obviando la requisa, por un camino alternativo. Cuando llegaron a Floresta, la PFA los hizo entrar por la calle donde entran siempre los de All Boys. Y, obviamente, hubo enfrentamientos. Los dos micros de barras se le fueron al humo a los 30 hinchas que se encontraban en las inmediaciones del estadio y se produjeron choques y un gran intercambio de piedras.
En ese momento, el fotógrafo de Crónica tomó la imagen que fue tapa del diario al día siguiente. El policía Daniel Madoni, de la brigada de la 43ª, era un miembro más de barra de Estudiantes. En el momento de los enfrentamientos, no dudó en sacar su arma y ponerse al lado de otro barra armado, para apoyar la violencia de los del Pincha. La comisaría 43ª recibió, por el apoyo logístico-represivo, unos cuantos miles de pesos.
Desde las fuerzas represivas argumentaron era un efectivo de civil infiltrado en la barra. Por supuesto que el diario Clarín se hizo eco de esta versión para querer deslindar a la policía de los negocios que teje permanentemente con todas las barras bravas.
El subcomisario a cargo del operativo, Juan Manuel Esquivel, transmitió satisfacción por el accionar de su gente durante el conflicto. Y claro, si el apoyo logístico-represivo a los barras de Estudiantes fue todo un éxito. Con los incidentes producidos, ahora tendrán la excusa perfecta para pedir más represores en los próximos partidos y que así siga entrando dinero a la fuerza para que continúe organizando el crimen.
Con la 12, con Estudiantes, con cualquier barra, la policía siempre hace negocios. Esta vez quedó en evidencia la 43ª. En Floresta ahora lo confirmaron: la violencia en el fútbol es la policía en la cancha.
Esta semana, trascendió que, en Esquel, provincia de Chubut, un cura armó un grupo de “policía infantil”, con chicos entre 9 y 14 años que reciben entrenamiento como si fueran cadetes, con uniformes y chalecos antibala. “Es para que saquen al policía que hay en su interior”, declaró el capellán Adrián Alberto Mari, jefe de la unidad de 45 chicos que, cada sábado, antes de ir a misa, hacen salto rana, cuerpo a tierra y cantan el himno Un nuevo sol, que suena tan parecido a aquello de Cara al sol con la camisa negra… el himno de la falange del generalísimo Franco.
Uno de los objetivos del entrenamiento es que los chicos aprendan a ver al policía como un camarada. Que cuando lo vean en la calle, lo saluden y le regalen un alfajor, explicó el cura. La cuestión es se armó un lío tan grande, que hasta el gobierno del precandidato presidencial del PJ antikirchnerista, Mario Das Neves, salió a desautorizar la iniciativa, y, como siempre, prometieron investigar hasta las últimas consecuencias.
Pero esta noticia no fue ninguna novedad. Hace mucho que CORREPI viene alertando sobre los destacamentos de Policía Infantil, que funcionan hace más de 15 años en distintos lugares del país (ver Boletines nº 207 del 23/02/03 y Nº 438, DEL 29/07/2007).
Hay formaciones de policía infantil, con miles de reclutas, en San Juan, Santa Fe, Corrientes, Misiones, Salta, Jujuy, Tierra del Fuego, Mendoza, Neuquén, Entre Ríos, por ejemplo, que reclutan pibes de 5 años o 10 años, les dan un uniforme, y los instruyen en educación en la fe, en la libertad, en el orden, en el patriotismo, en la tradición, y por supuesto, la moral y las buenas costumbres. Hacen prácticas de formaciones y desfiles, con armas de juguete, y, como era de esperar, los concientizan en la prevención del delito. Como las juventudes hitlerianas, los “Balillas” de la Italia fascista de Mussolini, o en versión un poco más light, pero con la misma función de disciplinamiento y control social, los Boy Scout de Inglaterra, exportados al resto del mundo.
La principales iniciativas de este tipo se desarrollan, ¿casualmente? en las provincias más pobres de la Argentina, con mayores niveles de conflictividad social. Dice la policía que el propósito de estos cuerpos infantiles es “alejarlos, desde que son pequeños, del camino de la delincuencia (que la policía organiza y supervisa), de la drogadicción (que ellos gerencian), de la explotación y el maltrato (que la policía imparte)”, o sea, neutralizar desde la cuna cualquier instancia futura de rebeldía, de reclamo de sus derechos, de organización.
No sólo nos matan un pibe por día con el gatillo fácil o la tortura. Nos quitan la posibilidad de educar y vestir a nuestros hijos, para que después vengan sus perros guardianes y, con la excusa de alimentarlos y vestirlos, los eduquen a su imagen y semejanza, en el servilismo a los que mandan y el odio a los de su propia clase. Esa y no otra es la función que cumplen esos cuerpos de policía infantiles: que esos pibes, mañana, sean desclasados, alcahuetes y verdugos al servicio de los explotadores.
GATILLOS EN PROVINCIA Y CAPITAL
Mathías Nahuel Álvarez tenía 19 años y estaba peleando a fondo su adicción al paco. Como premio por el esfuerzo, su mamá le dio permiso para ir a comer un asado el mediodía del día de la primavera en la casa de un amigo. Lo llevó hasta ahí y le dijo: A las dos y media te quiero en casa.
Mathías tomó el colectivo 150 a tiempo, en la avenida Cruz y Lacarra. Cansado y con la panza llena, se durmió y se pasó una parada de su casa, ya casi en la terminal de Lugano. A las 14:40, estaba tirado en el piso del colectivo, con un tiro policial en el cuello y otro en el hombro.
El agente Hugo Humberto Silva, de la Cría. 36ª, que volvía de franco después de un servicio adicional, dice que el pibe quiso asaltar al colectivero y lo apuntó a él con un revólver de juguete.
Sebastián Hernán Veloz, en cambio, no llegó a los 19. Tenía 18 cuando, el 27 de junio de 2010, murió en Florencio Varela por cuatro impactos de bala disparados por otro agente de la policía federal, Héctor Roberto Ariel Rossi, de la división de Protección de Testigos. Todo empezó por un leve roce del auto que conducía un pibe, en el que iban dos de sus amigos, con el del policía.
El policía dice que lo quisieron robar. Que uno se quedó de campana y los otros, armados con un destornillador y un cuchillo, se le acercaron, y que se tuvo que defender. Disparó a mansalva a los tres. Uno de los pibes tuvo graves lesiones, y hasta hoy está internado, sin recobrar la lucidez. El otro, afortunado, está fuera de peligro. El tercero, Sebastián, recibió cuatro disparos de arriba hacia abajo, porque estaba acurrucado en el auto al ser herido.
En ambos casos, los padres, acompañados por CORREPI, se han presentado como querellantes en las respectivas causas.