DISCURSO MEDIATICO Y “SEGURIDAD”: LA CONSTRUCCION DE LOS JUSTIFICATIVOS DE LA REPRESION

CORREPI - Antirrepresivo, agosto 1999
01.Ago.99    ANTIRR - 1999 Ago

La manipulación mediática ha alcanzado niveles inimaginados. Sin agotar el catálogo completo de mentiras que escuchamos, vemos y padecemos a diario, destacaremos algunas que tienen que ver con la mentada “guerra contra la inseguridad”, principal justificativo ideológico, en los días que corren, de la subsistencia, ampliación y reconversión reaccionaria del aparato represivo en nuestro país.

La “seguridad”, ja, ja, ja, ja !!!
Hace no mucho tiempo vivir “seguros” era saber que podíamos acceder a remedios si el pibe se enfermaba, sentir que no nos faltaría trabajo o que en la escuela los chicos se forjaban un futuro. También nos tranquilizaba saber que en el barrio no se robaba demasiado y que el semáforo de la avenida funcionaba bien… A juzgar por lo que ultimamente se dice en la TV -y repite no poca gente- nuestra “seguridad” dejó de depender del hospital, el colegio, el salario o la jubilación y quedó, exclusivamente, en manos de dos bandos aparentemente en guerra: “delincuencia” y policía.
Somos víctimas y testigos de un fraude mediático-político descomunal: los poderosos, los ricos, junto a sus políticos y periodistas intentan y/o logran canalizar buena parte de las angustias y padecimientos que nos depara el salvajismo neoliberal hacia un inventado causante de todos los males, al que llaman “inseguridad”. Cuando el “Santo” periodista dedica el 80% de su programa a los crímenes de la jornada no está “reflejando” la realidad (¿o el 18% de desocupación ha dejado de ser “realidad”?), sino construyendo una realidad en el interior mismo de nuestros sentimientos, emociones y pensamientos.
No es que estemos obsesionados por el buen uso del diccionario, pero las palabritas -”seguridad/inseguridad”- simbolizan casi todo el fraude: la campaña invoca un bien al que todos queremos acceder (la “seguridad”) y reduce su materialización -muchas veces convenciéndonos- a la única y exclusiva circunstancia de que no te asalten.
Con la matriz ya definida por la TV, la “batalla contra la inseguridad” produce un llamativo realineamiento: todos los políticos de peso, la inmensa mayoría de los periodistas y gran parte del pueblo tiran todos para el mismo lado… o, para ser mas precisos, tiran todos contra un mismo enemigo: la “delincuencia”. Estamos, entonces, ante la primera demanda con encarnadura popular que el neoliberalismo ve con simpatía y, lejos de obstaculizar, promueve y apoya.
La instalación de este debate relativamente novedoso tiene otra resultante que también provoca sonrisas y gestos de aceptación en los bancos, los restaurantes de Puerto Madero y el FMI: las históricas demandas populares asociadas a los viejos tiempos del pleno empleo -salud, salario, escuela- aparecen, por momentos, relativizadas y/o secundarizadas por la exigencia de “seguridad”…

¿Delitos en serio? Los del pobrerío…
Sin ponerse colorados, Patti, Corach o el personaje de turno insisten en que no hay derecho a relacionar delito con pobreza “porque la mayoría de los pobres son honestos y sólo unos pocos son delincuentes”. Grondona (o el periodista de turno) también está de acuerdo. (Nunca los vimos a todos ellos tan preocupados por el buen nombre y honor de los pobres). Superado el difícil escollo de negar la relación ajuste-miseria-robos, los amigos de la “tolerancia cero” (Toma o Meijide, para el caso es muy parecido) se largan con recetas para combatir la “delincuencia”.
Todos los análisis y propuestas que escuchamos contra el “enemigo común” hablan de robos, arrebatos, uso de armas o consumo de drogas perpetrados -aunque no se lo diga en forma explícita- por pobres, villeros, marginados, peruanos, adolescentes, etc.
¿Se analiza alguna vez en la TV el fabuloso desfalco al patrimonio público de los 21 millones de pesos del “affaire” IBM-Banco Nación cuando se tratan los “delitos”?¿Alguien habla de Videla (o del violador de menores Bambino Veira) cuando se analizan los castigos que merecen los “delincuentes”? ¿Por qué el escandoloso envío de armas a Croacia y Panamá -en el que están involucrados Menem, Cavallo, Di Tella o Balza- es, según Clarín, por ejemplo, una cuestión “política” y no “criminal”?.
La condición social, de clase, gravita en forma determinante en lo que hace a oportunidades y medios delictivos. Un político “delincuente” cobra coimas, un empresario “delincuente” vacía la fábrica en perjuicio de los obreros, un bodeguero “delincuente” echa alcohol envenenando al vino y un villero “delincuente” asalta a un taxista empuñando un herrumbrado 38.
Cuando el discurso televisivo habla de “delincuencia” (y castigo, y mano dura, y carcel y facultades de la policía) evita que pensemos en Massera, en el ex-juez Branca, en el comisario Espósito -asesino de Walter Bulacio-, en el nazi Priebcke o en Fassi Lavalle. “Delincuentes” son exclusivamente los pobres que delinquen, y si son jóvenes, mas “delincuentes” todavía…
Se comete, entonces, un nuevo fraude: asimilar “delincuencia” con los marginados y humildes que cometen delitos, excluyendo de tan execrable categoría a los coimeros, estafadores, a los que se enriquecen con la enfermedad de los jubilados o a los policías del “gatillo fácil”. La “tolerancia cero” o la “mano dura”, en consecuencia, apuntan sus cañones en una única y exclusiva dirección: los pobres, los humildes, los olvidados, los pibes de la villa o el barrio, los explotados.
La manipulación tiene, además, otro efecto no menos devastador: el de atenuar -construyendo “opinión pública”- la gravedad de las conductas de los mas feroces delincuentes, habilmente excluídos del atemorizador universo de la “delincuencia”. Patti -afamado torturador-, Bussi -asesino serial- o Angeloz -devorador insaciable del patrimonio público cordobés- son, en el mejor de los casos, personajes “polémicos” cuya conducta es merecedora del análisis político, nunca “delincuentes” para los que se exija “tolerancia cero” (y en esto, una vez más, debemos destacar que cuesta encontrar alguna diferencia entre el “progresismo” de Alvarez-Meijide y el derechismo de Toma y Hadad).

El “poder” de los ladrones de pasacassettes
La “construcción” mediática de la distorsionada idea de la “seguridad” y de la localización clasista la “delincuencia” no son las únicas modalidades de la trampa televisiva. Buena parte de la prensa difunde, además, una imagen de los que cometen delitos que nos convoca a pensar la “delincuencia” como un grupo social que actúa homogeneamente con cierta habilidad, con modernos métodos, cambiando rapidamente sus tácticas frente al accionar represivo, y lo que resulta aún mas curioso, con cierto “poder” para “entrar por una puerta y salir por la otra”.
La expresión más acabada de esta construcción de una realidad diferente de la que verdaderamente existe son las “oleadas” que el diario Clarín, por ejemplo, “descubre” quincenal o mensualmente. Así nos enteramos de que durante un tiempo la “delincuencia” se dedica a robar restaurantes, al mes siguiente la “oleada” es de “hombres-araña-que-asaltan-edificios”, a los dos meses la “delincuencia se ensaña con los jubilados” y tres semanas después se ponen de moda los atracos cometidos desde taxis. Las “oleadas” dejan trasuntar la idea de la “delincuencia” como un conjunto relativamente organizado que pasa de una a otra actividad ilegal sorprendiendo incautos.
La mayoritaria “delincuencia real” -el gran conjunto de sujetos acusados o condenados por el sistema penal- es, por supuesto, bien distinta: se trata de miles de marginados, de muy bajo nivel de instrucción, muy jóvenes por lo general, con dificultades para actuar colectiva y eficacazmente aún en grupos pequeños, que fracasa reiteradamente en sus ataques a la propiedad ajena y suele terminar purgando largas condenas por uno o varios robos frustrados. (Por supuesto que existen los profesionales -superbandas, grandes traficantes o estafadores- aunque los mismos son minoría dentro de la “delincuencia”).
Basta repasar algunos datos para darse cuenta del escaso “poder” de los atrapados por la justicia: en San Isidro durante 1998 el 89% de los detenidos fue asistido por el defensor oficial y sólo el 11 % por abogado particular, cuando es bien sabido que ante el familiar preso los que pueden no dudan en juntar unos pesos para contratar abogado; o bien el resultado de múltiples investigaciones que indican que el 70% de las penas de prisión se cumplen por delitos menores contra la propiedad…(”El aumento de las penas y el sistema penal argentino”, Revista “Abogados”, abril de 1998).

No nos olvidamos de Cabezas, ni de las víctimas de la “mano dura”
¿Cuál es la resultante de estas distorsionadas ideas sobre la “seguridad” y la “delincuencia” que se forjan en el imaginario popular? La legitimación de la propuesta homogénea y unidireccional que desde el poder se esgrime a modo de “respuesta” al crimen: la “guerra contra la delincuencia”, el combate contra un conjunto extendido de individuos unidos por la perversidad y la voluntad colectiva de hacer el mal. Si estos tipos -que además no son pocos- actúan de manera más o menos coordinada, con tácticas bastante estudiadas, despiadadamente y con cierta influencia, bien pueden ser considerados un “enemigo” al que la sociedad “honesta” enfrente… con dureza, por supuesto. (Ya hubo otras tristes “guerras” que el Estado “ganó”, como recordará el lector).
Si, por el contrario, ubicáramos en la “delincuencia” una mayoría de marginados por la desigualdad económica, de víctimas de una violencia social en la que poco o nada pudieron incidir, de excluídos que aprendieron del propio sistema penal sus técnicas de supervivencia, la reflexión se enderezaría mas en una orientación socialmente preventiva y reparadora que de ineficaz intolerancia represiva.
Poco esperamos de los grandes grupos económicos que monopolizan el mercado multimediático nacional. Quizás estos debates debieran hacerse de cara a los trabajadores de dichas empresas, a los periodistas, sin cuyo aporte la mentira tendría patas aún más cortas. Y decimos esto porque no nos olvidamos de Cabezas, ni de Walter Bulacio, ni de los pibes de Budge, ni de los torturados en comisarías, ni de ninguna de las incontables víctimas de la “mano dura”.
Gabriel Lerner