Entrevista a familiares: LA HERENCIA DE LOS HIJOS
Delia Garcilazo de Ríos y Pedro Ortiz forman parte del grupo de familiares de víctimas del gatillo fácil y la violencia policial coordinado por Correpi. A ambos, el asesinato de sus hijos por parte de las fuerzas policiales les abrió un camino donde el dolor los involucró en una lucha enfrentada con las instituciones del sistema. De alguna manera, Delia y Pedro son familiares también de los que perdieron a los suyos en la represión de la última dictadura militar. Y lo tienen claro cuando denuncian la continuidad del aparato represivo, o los nuevos usos del viejo “por algo será”. Pero sobre todo, cuando se trata de identificar a un enemigo común.
Cuando surgió la idea de esta nota, la ley que otorga penas más fuertes a quienes maten policías era todavía un proyecto, en el marco de un nuevo embate del discurso de inseguridad y como oportuna respuesta al auge de las protestas sociales. Lo que prometía ser el eje central de estas entrevistas, fue apenas un disparador de los testimonios de Pedro y Delia, donde la historia personal y social y la lucha política son las protagonistas.
Delia
A mi hijo lo mataron los guardiacárceles de Caseros en noviembre de 1992. Tenía 23 años. El 21 le pegan una paliza y muere el 24 de noviembre en el hospital. Antes había estado en Olmos, por un robo. Pero no importa cuál era el delito, era un ser humano y estaba pagando. Cuando se hizo el juicio, todos sus compañeros decían que Fito tenía una conducta ejemplar.
Las caras de los que lo mataron las tengo patentes. Los conocí en el tribunal. Pero era un jurado fantoche, con tres jueces cobardes y un fiscal mucho más cobarde que ni siquiera pensó en mi dolor de madre por haber perdido un hijo. Eso de “y bueno, estuvo en la cárcel, por algo será” pesa mucho. Es el discurso de diferenciar entre la víctima “culpable” y la víctima “inocente”.
Para mí fue muy angustiante el juicio. No quería cometer una injusticia, que terminara preso algún inocente. Pensaba mucho en la familia de ellos. Estuve semanas y semanas sin dormir cuando se acercaba la fecha. “Si estos tres hijos de puta lo hubieran pensado antes –decía-, mi hijo estaría vivo y las familias de ellos estarían tranquilas”. No pensaron que al matar a una persona como hicieron con Fito, arrastraban al dolor y a la desesperación a toda su familia, porque el día de mañana los hijos o las madres les van a preguntar, “¿porqué hiciste eso?”.
Tenía un embrollo muy grande en mi cabeza, todos me decían “Delia, ellos no pensaron en vos”, pero yo sufría. Era justo que tuvieran su castigo, pero hubiera preferido que el tiempo se retrocediera hasta antes de aquel 21 de noviembre.
Pero en la policía no hay buenos y malos, son todos corruptos. No solamente desde las bases, sino las cabezas de la institución policial. Está el que comete los hechos delictivos, y está el que se dedica a proteger a ese delincuente uniformado, porque son una corporación mafiosa. Acá el que viola los derechos humanos es el Estado.
Hijos de puta hay en todas las clases sociales. Pero de la clase baja los que se hacen policías son la resaca, los autoritarios, los que no sirven para nada. Les queda más fácil meterse en la policía, pueden robar institucionalizados, con una chapa, una etiqueta.
Para mí las muertes de policías son un accidente laboral, y además sospecho que muchas son por internas policiales. Se matan entre ellos, y después nos quieren hacer cargo a la sociedad de que ellos ganan poco, que no están protegidos. Pero si ellos no están conformes, que luchen entonces. Esa ley que le da penas más duras al que mate un policía es una discriminación total. Lo vamos a pagar los pobres, no la gente bien.
La violencia y la inseguridad vienen de arriba. No hay nada más inseguro que no saber si mañana vas a poder comer o vas a poder llevarle el pan a tus hijos. Si ahora persiguen hasta a los cartoneros, a los vendedores ambulantes, ¿qué nos dejan?. Y la mayoría de los casos de gatillo fácil se dan en el conurbano, no en Recoleta ni en Barrio Norte ni en Belgrano. El otro día escuchaba que por cada menor en la cárcel el Estado tenía que poner tres mil pesos por mes. Si ese dinero se lo dieran a la familia, ¿ese chico sería un delincuente? ¿No es más barato tener un plan de educación, de alimentación?. Lo que pasa es que hay muchos buitres que perderían su negocio. Porque de esos tres mil pesos, si el chico recibe cien es mucho. El resto se queda en el camino, y a ellos no les importa tener las cárceles llenas de pobres.
Hace diez años llegué a Correpi, y seis que formamos el grupo de familiares. Ya nos sentimos no tanto familiares de la víctima, sino del uno con el otro. El dolor y el deseo de luchar es lo que nos hermana. En los primeros momentos tendemos a ser un poco egoístas y creer que es a nosotros solos que nos pasa esto. Pero hoy me toca a mí y mañana te puede tocar a vos. Es muy duro cuando llega alguien nuevo, porque nos cuenta su historia y nos trae recuerdos. Y muchos vienen con la idea de la justicia por mano propia.
Antes de la muerte de mi hijo yo estaba en mi casa nada más. Y quizás ese es el pecado que cometemos muchos, porque a lo mejor podríamos evitar muchas más muertes si saliéramos antes a la calle. Para nosotros ahora ya es tarde. Pero lo más importante es que todo esto me dio muchas fuerzas, muchas cosas lindas. Mi hijo me dejó una gran herencia, de poder comprender el dolor de los demás, y el tener ganas de hacer algo por los demás.
Pedro
“Pedro, le están pegando a Pipi”, me dijeron dos pibes que llegaron corriendo a casa. Yo salté y salí así como estaba. A mi hijo le habían dado un tiro en la espalda que le salió por el estómago y le rompió la aorta. Iba a cumplir 17.
El policía baja de un colectivo y hace dos disparos, uno le da a Pipi. Néstor Escalante se llama, es un cabo primero de la Federal que estaba de franco. Yo no me acuerdo su cara. Los testigos dicen que se echó a llorar y se agarraba la cabeza. Parece que hubo un asalto en el colectivo, pero él fue el único que vio el arma que supuestamente tenían los delincuentes. Basándose en eso, el fiscal dice que hubo un tiroteo, y que mi hijo viajaba en el colectivo y estaba armado. Yo digo ¿dónde está el arma?. Los pasajeros dicen que no vieron nada, ni a él lo vieron arriba del colectivo. Pero de nada vale, por eso yo a veces me pongo loco.
Pipi llega a la salita del barrio a las tres, tres y media está en el hospital y muere a las seis. A las ocho de la noche le entregan el cuerpo a mi hermano. Yo todavía estaba en la comisaría pensando que lo estaban operando. Cuando llega mi hermano me dice “después hablo con vos”, y veo que mi hija sale corriendo y agarra a alguien del cuello. Voy y la agarro de la mano, le digo “Sole, ¿qué pasa?”. “Este es el hijo de puta que mató a Pipi”. Cuando dijo eso, el tipo, el hijo de puta, me estaba ofreciendo mate adentro de la comisaría. Yo no sé que pasó, el comisario me dijo que yo rompí un vidrio. Recuerdo a una persona volar contra el ventanal, creo que era el policía, me tuvieron que agarrar.
Todo lo que tenía en la vida se me fue cayendo de a poco cuando mataron a mi hijo: me quedé sin trabajo, después me separé. Tuve que empezar de nuevo. Hasta hoy me cuesta pisar mi casa porque lo veo a Pipi en todos lados.
Yo entierro a mi hijo y al otro día me dedico a esta lucha. Primero lo fui a ver a Ramos, el de discriminación, la fui a ver a Diana Conti, y todos te dicen lo mismo: que es muy difícil pelear contra la policía. Estuve con Ruckauf, todos la misma cagada, todos la misma basura.
Cuando llegué a Correpi tenía ganas de matarlo al tipo, me decían “se te cayó la pluma”, me cargaban porque yo vengo de Formosa, y allá todo se arregla mano a mano. El familiar necesita que alguien le diga “yo estoy luchando con vos”, porque hay muchos que te palmean la espalda y después se olvidan. Al principio no pensás, muchos han llegado diciendo “yo mañana voy y lo mato”. Pero si voy y lo mato ¿qué les enseño a mis otros hijos?. La más grande estudia Derecho, entonces les digo que va a haber justicia por Ricardo. Porque yo lo mato y voy en cana, y pienso si Pipi hubiera querido eso. El asesino de mi hijo conoce mi cara, pero yo no la de él. Puede pasar al lado mío y no me entero. Muchos pibes del barrio me han dicho “che, ¿querés que te mostremos quién mató a tu hijo?”, y yo prefiero que no.
Yo culpo al Estado, no sólo a la policía, porque son ellos los que los instruyen. En seis meses los largan a la calle y les dan una pistola. Para mí son asesinos a sueldo, están programados para eso. La institución es una cagada, los jueces la amparan, los fiscales también. A mí el fiscal me dijo “su hijo usaba ropa cara”. Esa ropa se la compró el club, porque él era jugador de Independiente. Pero para el fiscal si vivía en una villa y se vestía bien, era un ladrón. Al otro día del asesinato salió en Crónica que al lado de Pipi el gordo Valor era un poroto, que le habían secuestrado una pistola, una ametralladora… Después se tuvieron que rectificar. Cuando yo llegué a la Correpi decía “mi hijo era inocente”, ese latiguillo lo tenemos todos. Pero después me dí cuenta, ¿y si era culpable qué? No se merecía ser fusilado.
Cuando matan a un policía yo no siento odio ni bronca ni nada. Pienso que es un trabajo que tiene un riesgo. Es lo mismo que yo estoy haciendo ahora custodiando camiones, si a mí me tumban en un asalto por ahí, yo sé que me estoy arriesgando.
La ley que les da penas más duras a los que matan policías en realidad es un amparo para las fuerzas policiales y el gobierno. Porque la pena de muerte hay muchos que salen a pedirla ahora. Pero la pena de muerte está instaurada, estuvo instaurada en el proceso militar y siguió vigente. La policía es juez, fiscal y ejecutor de esto. Desde la dictadura militar jamás se desmanteló el aparato represivo. A mí un policía me mató un hijo. Tiene que ser juzgado como cualquiera. Y que se le dé la pena máxima por homicidio simple, de ocho a 25 años. Estamos cansados de ver que a los policías le dan entre siete y ocho, cuando les dan. El que mató a mi hijo sigue en actividad, puede matar a otro. Pero al pibe que mata a un policía le dan 25 años, y sale peor. Acá la ley es para el más fuerte.
Esto va a seguir igual hasta que el pueblo diga basta. Es lo que pasó el 20 de diciembre. Para que no vuelvan a pasar las cosas como le pasó a mi hijo la sociedad tendría que cambiar. A los pibes los dejan sin trabajo, sin escuela, sin nada. Y el Estado los ve como supuestos ladrones. Está pasando lo mismo que en la época de los militares: ser joven era ser extremista, ahora ser joven es ser chorro. Hablás con un pibe de quince, dieciseis años, y saben que están jugados “o ellos o yo”, te dicen. Antes era “si los mataron por algo será”. Ahora es “si lo mataron es porque era chorro”. Esta policía está para eso, para proteger al que tiene guita. Sigue el tema del no te metás, la sociedad argentina no aprendió de los 30 mil desaparecidos. Recién ahora se está abriendo un poco los ojos. Cambiemos el gobierno, cambiemos el sistema, y busquemos un gobierno independiente. Esa es mi lucha ahora, si no saldríamos cada uno con un arma a resolver lo suyo.