ESTA PAZ HUELE MAL…
A propósito de los “cacerolazos contra la violencia”.
Domingo, 08 de Septiembre de 2002
El viernes se hicieron una serie de actividades planteadas públicamente como una jornada por la paz. Los amplios e incluyentes mensajes de quienes aparecían como los promotores de la jornada la mostraban como una iniciativa no gubernamental, aunque llevada a cabo por entidades caracterizadas por su rol asistencialista y su apoyo al sistema capitalista. Esa amplitud llegó al punto de que alguna familiar de víctima de gatillo fácil se sintió convocada. Igual, para los crímenes cometidos por las fuerzas policiales y de seguridad, para las víctimas del hambre, la miseria y el desempleo, para los delitos cometidos por los poderosos, hubo en el mejor de los casos menciones aisladas.
Pero quedó demostrado que, más allá de las intenciones iniciales, la jornada se transformó en un insólito reclamo apoyado desde el propio Estado: La Secretaría de Educación porteña consensuó con la Vicaría de Educación del Arzobispado y la Coordinadora de Instituciones Educativas Privadas (Coordiep), un texto que fue leído en todas las escuelas de distintos niveles, sino que la Prefectura Naval Argentina (la misma que participó en la represión del 26 de junio) hizo sonar las sirenas de todos sus guardacostas; el Ministro Cafiero dio asueto al personal que quisiera participar del acto y ordenó que los patrulleros hicieran sonar sus sirenas, como lo hicieron también las patrullas de la federal. El propio Jefe de la Policía Bonaerense, Comisario Alberto Sobrado, y los efectivos que se encontraban en la Jefatura, se concentraron en el patio central del edificio para aplaudir en adhesión al evento.
Todos los medios de comunicación se “subieron” a la propuesta disimulando el carácter que adquirió, y muchos aprovecharon para fogonear su campaña represiva. Un ejemplo es el editorial de “La Nación” del sábado 7 de septiembre, titulado “Por la paz y la seguridad”. En él no se desaprovecha la oportunidad de contraponer esta acción al “exhibicionismo aparatoso de las grandes concentraciones”, llamar a “que la población se aparte de los métodos de protesta tradicionales” y señalar que “ni se cortaron rutas, ni se ocuparon plazas”. Se omite señalar la intervención estatal en la acción y se llama entonces al Estado, copartícipe del “contundente reclamo”, a prestarle “especial atención”. ¿Cuál es el reclamo para la “tribuna de doctrina”? La nota editorial, habitualmente directa, no lo expresa con claridad. Sí se regodea en la “angustia (de) una sociedad brutalmente golpeada por los recurrentes embates de la violencia criminal”, la aseveración de que “La población se siente desprotegida y amenazada ante el crecimiento abrumador de una delincuencia que no parece encontrar límite alguno en su ferocidad y en su saña destructiva” y la necesidad de “ponerle freno a una ola criminal que parece estar desbordando toda estructura de contención”. ¿Será esta última definición, que cierra la nota, un llamado a la actuación de las fuerzas armadas, o al estado de sitio?
¿Qué tipo de paz queremos? ¿La Pax Romana o la Pax Britannica, basadas en el poder omnímodo de imperios que reprimían brutalmente a quienes osaran levantar la cabeza y sacarse el yugo? ¿La paz de los cementerios que quieren las fuerzas policiales y sus hacedores, la “paz” del meter bala a los pobres, de las razzias en las barriadas populares, de la sumisión frente a las arbitrariedades de los uniformados y los poderosos?
No puede haber una verdadera paz en esta sociedad sin una transformación profunda y definitiva. Por supuesto, desde CORREPI no podemos acordar con iniciativas como la de este viernes, transformada -aún cuando tal vez alguno de sus promotores y muchos de quienes adhirieron engañados por la ambigüedad del mensaje no lo desearan- en una bandera de quienes reclaman una sociedad cada vez más represiva, es decir, cada vez más violenta en contra del Pueblo.
CORREPI - 8 DE SEPTIEMBRE DE 2002.-