Otra vez, rock & represión

CORREPI

La primera noche de la fiesta Stone en La Plata incluyó corridas, gases, balas de goma, heridos y 148 detenidos.

Los titulares de los diarios hablan de algún pequeño grupo (20 personas según algunas fuentes, 40 según otras) que intentó vencer las vallas para ingresar al estadio sin entradas, y de “fuerte operativo contra trapitos y vendedores ambulantes”.

Lo cierto es que, cuando terminaban las bandas soporte y los Rolling Stones salían a escena, los 1.200 efectivos del megaoperativo de la Policía Bonaerense y la Policía Local, coordinados en persona por el intendente de La Plata, Julio Garro, cargaron contra los que estaban fuera del estadio, tanto los que sólo esperaban escuchar algo del recital a la distancia, como los que vieron en la jornada una oportunidad hacer un peso con la venta de pilotines para la lluvia, gaseosas, pines, banderas o vinchas.

Ya antes, varios colectivos cargados de fans que ingresaban a la ciudad de las diagonales habían sido interceptados, y sus pasajeros cacheados e identificados. No eran, naturalmente, las combis fletadas para espectadores VIP, sino los provenientes de los barrios del conurbano, tan parecidos a aquel micro que una noche de abril de 1991 llevó a Walter Bulacio y otros pibes de Aldo Bonzi al estadio Obras, para escuchar a Los Redondos. O los micros que llegaron a Vélez a ver a Viejas Locas, o a Villa Rumipal porque tocaba La Renga.

Esta vez, probablemente por casualidad, no hubo un Walter, un Rubén Carballo ni un Ismael Sosa. Pero las “explicaciones” oficiales son las mismas: “inadaptados” que “se querían colar”, frente a los que los uniformados tuvieron que emplear “la fuerza mínima necesaria para restablecer el orden”.

Bajo la nueva gestión de gobierno, el parámetro para medir esa “fuerza mínima necesaria” se movió varios grados hacia arriba, y tiene doble legitimación con la “guerra a los marginales”. Porque como cualquiera sabe, el “problema de la inseguridad” no es la criminalidad policial, que dirige el narcotráfico, la trata de personas, los secuestros extorsivos y cuanta modalidad se nos ocurra del delito organizado, sino los jóvenes rockeros, los vendedores ambulantes y los cuidacoches.

Los gases y las balas de ayer en la Plata son otra muestra de la vuelta de tuerca de las políticas represivas en los tiempos que corren. Son otro anticipo de lo que espera a cualquiera que se junte con otro en la calle, por un recital de rock, o para reclamar porque pierde su trabajo.

Si naturalizamos lo sucedido en La Plata porque “siempre que hay recitales hay bardo”, estaremos abriendo la puerta a más represión, a más Bulacios, a otro Ismael Sosa, a otros pibes y pibas que buscando la música, el agite y la alegría se encuentran con los palos y las balas de la policía.

Por ellos, y por cada uno de los casi 4.700 pibes asesinados por las fuerzas de seguridad desde 1983, estamos obligados a organizarnos para enfrentar la represión.