Vidas paralelas
Lencina y Saldaña, ambos en calabozos de contraventores. Finales semejantes para existires en paralelo. Muchos aparecen ahorcados con diferentes elementos, muy raros. Siempre se ahorcan cuando a los guardias se les ocurre respetarles la intimidad. Mucha decisión de última voluntad al estilo judicial pero más de la ayuda de sus custodios.
Hasta fisonómicamente eran parecidos. Enjutos, trigueños, miradas torvas. Vidas semejantes, delitos distintos. Carne de presidio, destino de sombra. Lencinas, Saldaña, muy plebeyos. Muy de la clase. Uno acusado de lo de la pobre Fernanda. El otro de la masacre de Ramallo.
Finales semejantes para existires en paralelo. Pieles con “cinco puntas” en los brazos y con surcos en el cogote. Aparecieron ahorcados en comisarias atestadas de policías y uniformados de tanto pelaje. Tantos aparecen ahorcados. Ninguno con predisposición suicida.
El Tito Saldaña acusado de que toda la departamental norte acribillara a trabajadores bancarios. Miguel Lencina, involucrado en el secuestro de una nena. Prontuarios profusos. Rejas de paisaje pasado y futuro si no hubiera habido un lazo.
Tantos aparecen ahorcados como si la comisaría fuera, en serio, la antesala del infierno definitivo, el pasajero hasta la próxima “ansiada libertad”.
Lencina y Saldaña, ambos en calabozos de contraventores. Los dos, solos en sus celdas. Aislados, con sus conciencias o tan acompañados por sus captores.
Muchos aparecen ahorcados con diferentes elementos, muy raros. Una bufanda ahorcó a un tal Ruiz en el tórrido verano riojano. A Tito Saldaña la tela de un cotín. La frazada gruesa de Lencina.
Tantos aparecen ahorcados. Desde una claraboya hasta travesaños de menos de un metro de altura. Esposados como Maxi Miño en San Martín.
Tantos ahorcados. Mucha cianosis cervicofacial al estilo forense, mucha sospecha. Siempre se ahorcan cuando a los guardias se les ocurre respetarles la intimidad. Mucha decisión de última voluntad al estilo judicial pero más de la ayuda de sus custodios.